Estatutos
- Ca. 1 Prologo
- Ca. 2 Elogio de Guigo a la vida solitaria
- Libros 1 : Los monjes del claustro
- Ca. 3 Los monjes del claustro
- Ca. 4 La guarda de la celda y del silencio
- Ca. 5 El trabajo en la celda
- Ca. 6 La guarda de la clausura
- Ca. 7 La abstinencia y el ayuno
- Ca. 8 El novicio
- Ca. 9 El Maestro de novicios
- Ca. 10 La Profesión
- Libros 2 : Los monjes laicos
- Ca. 11 Los monjes laicos
- Ca. 12 La soledad
- Ca. 13 La clausura
- Ca. 14 El silencio
- Ca. 15 El trabajo
- Ca. 17 El novicio
- Ca. 18 La Profesión
- Ca. 19 La Donación
- Ca. 20 La formación de los hermanos
- Libros 3
- Ca. 21 La celebración cotidiana de la Liturgia
- Ca. 22 La vida común
- Ca. 23 El Prior
- Ca. 26 El Procurador
- Ca. 27 Los enfermos
- Ca. 28 La pobreza
- Ca. 29 La administración de los bienes temporales
- Ca. 30 La estabilidad
- Libros 4 : La Orden
- Ca. 31 El régimen de la Orden
- Ca. 32 La visita
- Ca. 33 La conversión de vida
- Ca. 34 Misión de la Orden en la Iglesia
- Ca. 35 Los Estatutos mismos
- Libros 5
- Ca. 36 Ritos de la vida cartujana
- Ca. 38 Elección del Prior
- Libros 6
- Ca. 41 La Liturgia en nuestra Orden
- Ca. 52 El canto litúrgico
- Ca. 53 Ceremonias conventuales en el Oficio
- Ca. 54 Ceremonias del Oficio en la celda
- Libros 9 : Sacramentos y sufragios
- Ca. 62 Sacramentos
- Ca. 65 Sufragios
Libro 6
Capítulo 41
La Liturgia en nuestra Orden«»
Cima y fuente
La Liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Nosotros, que lo hemos dejado todo para buscar a solo Dios y poseerlo más plenamente, debemos celebrar el culto litúrgico con especial fervor. Pues mientras realizamos los ritos sagrados, especialmente la Eucaristía, al tener acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, conseguimos la comunión con la Santísima Trinidad.
Signo de contemplación
Cuando celebramos en el coro el culto divino o recitamos en la celda el Oficio, nuestros labios pronuncian la plegaria de la Iglesia universal, pues la oración de Cristo es única, y por medio de la sagrada Liturgia se hace extensiva a cada uno de sus miembros. Además, entre los monjes solitarios los actos litúrgicos manifiestan de un modo peculiar la índole de la Iglesia, en la cual lo humano está ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación.
Complemento de la oración solitaria
Nuestros Padres, al correr de los siglos, procuraron que nuestro rito se conservara adaptado a nuestra vocación eremítica y a lo reducido de nuestras Comunidades ; por eso es sencillo, sobrio y ordenado ante todo a la unión del alma con Dios. Nuestra Madre la Iglesia, como sabemos, ha aprobado siempre la diversidad de ritos litúrgicos, que manifiesta mejor su catolicidad y unidad. Y así, por medio de los ritos sagrados podemos expresar las más profundas aspiraciones del Espíritu, y la oración que brota de lo íntimo del corazón adquiere una nueva perfección al reconocerse a sí misma en las palabras sagradas.
La Liturgia se completa con la oración solitaria
Por otra parte, la oración comunitaria que hacemos nuestra por la celebración litúrgica, se prolonga en la oración solitaria con la que ofrecemos a Dios un íntimo sacrificio de alabanza que está por encima de toda ponderación. La soledad de la celda es, en efecto, el lugar donde el alma, cautivada por el silencio y olvidada de toda humana preocupación, participa de la plenitud del Misterio por el que Cristo, crucificado y resucitado, retorna al seno del Padre. Así el monje, al tender incesantemente a la unión con Dios, realiza en sí mismo todo el significado de la Liturgia.
Capítulo 52
Modo de cantar y salmodiar
Nuestra Orden reconoce como propio de su Liturgia el canto gregoriano.
Debemos participar en las divinas alabanzas con atención y fervor de espíritu, y estar ante el Señor no sólo con reverencia, sino también con alegría, no con flojedad ni somnolencia, ni escatimando la voz, ni mutilando los vocablos, sino pronunciando con tono y afecto varonil, como es debido, las palabras del Espíritu Santo.
Guárdense la simplicidad y cadencia en el canto, para que esté impregnado de gravedad, y fomente la devoción ; ya que debemos cantar y salmodiar al Señor tanto con el corazón como con los labios. Será óptima nuestra salmodia si nos apropiamos el mismo afecto íntimo con que fueron escritos los salmos y cánticos.
Evítense en la salmodia la lentitud y la precipitación. Cántese con voz plena, viva y ágil, de suerte que todos puedan salmodiar devotamente y cantar con atención, sin disonancias, con afecto y perfección.
En la mediante hacemos una buena pausa. Comencemos y concluyamos todos a un tiempo el principio, la división y el fin del versículo. Nadie se permita adelantarse a los demás ni apresurarse ; cantemos todos a una, todos a una hagamos las pausas, escuchando siempre a los otros.
En toda lectura, salmodia o canto, no descuidemos acentuar y concertar bien los vocablos, en cuanto sea posible, porque el entendimiento capta y saborea al máximo el sentido, cuando se pronuncia con propiedad.
Es sumamente conveniente que se forme bien a los novicios en el canto, y son dignos de alabanza los que, después de salir del noviciado, nunca descuidan tal estudio.
En las Casas de la Orden celébrese cantado tanto el Oficio del día como el de la noche, siempre que asistan al coro al menos seis padres hábiles.
Los chantres
Los chantres, que están al frente de cada coro deben ser peritos para poder dirigir bien y oportunamente a los demás en la salmodia y canto en la forma dicha, pero bajo la dirección y autoridad del Prior. Es además deber suyo corregir con modestia los que cantan demasiado lenta o apresuradamente, o de modo distinto a como está prescrito, pero es mejor que lo hagan fuera del coro.
Los chantres, en su coro, suben o bajan el tono de los salmos y de todo el canto del Oficio divino, cuando parezca conveniente, con el fin de que todos puedan cantar cómodamente.
Ningún otro, estando ellos presentes, puede corregir el canto del coro, excepto el Prior o, en su ausencia, el Vicario.
Perseveremos, pues, en esta manera de salmodiar, cantando en presencia de la Santísima Trinidad y de los santos Ángeles, inflamados en divino temor e íntimos anhelos de Dios. Que el canto eleve nuestro espíritu a la contemplación de las realidades eternas, y que la armonía de nuestras voces aclame jubilosa a Dios nuestro Creador.
Capítulo 53
Ceremonias conventuales en el Oficio«»
Reunión en la iglesia
Tan pronto como oigamos la campana para cantar conventualmente en la iglesia las Horas del Oficio divino, dejando todas las otras ocupaciones, debemos encaminarnos con prontitud a ella, guardando el mayor recogimiento y gravedad. Porque nada es lícito anteponer a la «obra de Dios».
Al entrar en la iglesia nos santiguamos con agua bendita, y vamos a nuestras sillas ; antes de entrar en las formas hacemos inclinación profunda al Santísimo Sacramento. Hacemos también dicha inclinación en las gradas del presbiterio, siempre que a él subimos o de él bajamos, o cuando pasamos ante el Santísimo.
Al llegar a las sillas, quedamos de pie, vueltos hacia el altar y cubiertos, preparándonos en silencio para el Oficio ; dada la señal por el Presidente, nos inclinamos o nos arrodillamos para la oración, según lo pida el tiempo.
Mientras se hace oración en silencio antes una Hora, no entramos a la iglesia.
Oración en silencio
Por los intervalos de silencio, nuestra oración personal se une más íntimamente a la Palabra de Dios y a la voz pública de la Iglesia.
En la iglesia evitamos todo ruido por reverencia a la divina Majestad ; estamos con el debida compostura ; tenemos las manos fuera de la cogulla. Siempre y en todas partes hemos de tener la vista recogida, pero principalmente en la iglesia y el refectorio.
Cantadas las Horas o terminada la Misa u otro Oficio, el Prior sale el primero de la iglesia, después el Vicario y, seguidamente, los demás. Nadie debe detenerse entonces en la iglesia u otra parte, a no ser que una evidente necesidad lo justifique.
Capítulo 54
Ceremonias del Oficio en la celda«»
El Oficio canónico
Si alguna vez la evidente debilidad o la excesiva fatiga nos obliga a sentarnos durante el Oficio divino, o si estamos en cama por razón de enfermedad, recemos, no obstante, con la reverencia posible.
Porque en el Oficio divino, dondequiera que se rece, se ha de guardar cuidadosamente reverencia y dignidad, por ser en todo lugar una misma la Majestad y Divinidad de Aquel en cuya presencia hablamos, y que nos mira y atiende.