LIbro 2

Libro 2 : Los monjes laicos

Capítulo 11


Los monjes laicos«»

Desde sus orígenes, nuestra Orden, como un cuerpo cuyos miembros no tienen todos la misma función, comprende padres y hermanos. Tanto unos como otros son monjes, y participan de la misma vocación, aunque de manera diversa. Gracias a esta diversidad, la familia cartujana puede cumplir más perfectamente su misión en la Iglesia.

Los monjes del claustro, de quienes hemos tratado hasta ahora, viven en el retiro de sus celdas y son sacerdotes o llamados a serlo. Los monjes laicos, de los cuales vamos a tratar ahora con la ayuda de Dios, consagran su vida al servicio del Señor no sólo por la soledad, sino también por una mayor dedicación al trabajo manual. A los primeros hermanos, llamados conversos, se les han unido en el correr del tiempo otra clase de hermanos, los donados, que, sin hacer votos, se ofrecen por amor de Cristo a la Orden mediante un contrato recíproco. Puesto que llevan vida monástica, los llamamos también monjes.

Así como los primeros Padres de nuestra Orden siguieron las huellas de aquellos antiguos monjes que llevaron una vida de soledad y pobreza de espíritu, igualmente nuestros primeros hermanos, Andrés y Guerín, se decidieron a abrazar una vocación parecida. Es necesario, pues, que los conversos y donados no salgan de los términos del yermo sino rara vez y obligados por la necesidad, cuidando diligentemente de mantenerse ajenos a los rumores del siglo. Finalmente, sus celdas de tal manera estén aisladas que, entrando en su interior, cerrada la puerta y dejando afuera todos los cuidados y preocupaciones, puedan orar al Padre en escondido reposo.

Los hermanos, imitando la vida escondida de Jesús en Nazaret, mientras realizan los trabajos diarios de la Casa, alaban al Señor en sus obras, consagrando el mundo a la gloria del Creador y ordenando las ocupaciones naturales al servicio de la vida contemplativa ; mas en las horas consagradas a la oración solitaria, y cuando asisten a los Oficios divinos, se dedican a Dios por entero. Así, pues, los lugares donde trabajan y viven deben estar acondicionados de tal suerte que faciliten el recogimiento y, aun provistos de todo lo necesario y útil, den la impresión de ser verdadera mansión de Dios, no un edificio profano.

Unidos en el amor del Señor, en la oración, en el celo por la soledad y en el ministerio del trabajo, los hermanos viven juntos bajo la dirección del Procurador. Muéstrense, pues, verdaderos discípulos de Cristo, no tanto de palabra cuanto de obra, fomenten la caridad fraterna, teniendo unos mismos sentimientos, soportándose mutuamente y perdonándose si alguno tiene queja contra otro, a fin de ser un solo corazón y una sola alma.

Dentro de su propio marco de soledad, los hermanos trabajan para subvenir a las necesidades materiales de la Casa, que les están especialmente confiadas. Así permiten a los monjes del claustro consagrarse más libremente al silencio de la celda.

Padres y hermanos, discípulos de Aquel que no vino a ser servido sino a servir, manifiestan de forma diversa las riquezas de nuestra vida, consagrada totalmente a Dios en la soledad.

Estas dos formas de vida, en la unidad de un mismo cuerpo, tienen gracias diferentes, pero complementarias la una de la otra y con mutua comunicación de bienes espirituales. Una tal armonía permite al carisma confiado por el Espíritu Santo a nuestro Padre san Bruno alcanzar su plenitud.

Entiendan los padres que por las sagradas Órdenes, con las que han sido marcados, recibieron no tanto una dignidad como un servicio. Además, el sacerdocio ministerial y el sacerdocio bautismal de los laicos están relacionados entre sí, ya que ambos participan del único sacerdocio de Cristo. Que cada cual, pues, corriendo por el camino recto hacia la única meta de nuestra vocación, persevere en el estado al que fue llamado.

Es propio del Prior mostrar en sí mismo a todos sus hijos, monjes del claustro y laicos, un signo vivo del amor del Padre celestial, y reunirlos en Cristo de tal manera que formen una familia y cada una de nuestras Casas sea realmente, según la expresión de Guigo, una iglesia cartujana.

La cual tiene su raíz y fundamento en la celebración del Sacrificio Eucarístico, que es signo eficaz de unidad. Es también el centro y cima de nuestra vida, y además viático espiritual de nuestro Éxodo, por donde en la soledad retornamos por Cristo al Padre. Asimismo, en todo el curso de la Liturgia, Cristo como nuestro Sacerdote ora por nosotros, y como Cabeza nuestra ora en nosotros.

Y como el camino más seguro para ir a Dios es seguir de cerca las huellas de nuestros Fundadores, los hermanos deben proponerse como modelos a los primeros conversos de la Gran Cartuja, que, sin contar aún con una regla escrita, dieron forma y espíritu a su género de vida.

Su recuerdo inundaba de gozo el corazón de San Bruno, y lo movía a escribir : «De vosotros, amadísimos hermanos laicos, digo : Mi alma glorifica al Señor al ver la grandeza de su misericordia sobre vosotros. Me alegro también de que, aun sin ser letrados, Dios todopoderoso graba con su dedo en vuestros corazones no sólo el amor, sino también el conocimiento de su santa ley. Con vuestras obras, en efecto, demostráis lo que amáis y conocéis. Porque practicáis con todo el cuidado y celo posibles la verdadera obediencia, que es el cumplimiento de la voluntad de Dios y la clave y el sello de toda vida espiritual. Obediencia que no existe nunca sin mucha humildad y gran paciencia, y que siempre va acompañada del casto amor del Señor y de la verdadera caridad. Lo cual pone de manifiesto que recogéis sabiamente el fruto suavísimo y vivificador de la Escritura divina. Permaneced, pues, hermanos míos, en el estado al que habéis llegado».

Capítulo 12


La soledad«»

El empeño y propósito nuestros son principalmente vacar al silencio y soledad de la celda. Aquí el Señor y su siervo se hablan a menudo como entre amigos, el alma fiel se une frecuentemente a la Palabra de Dios, la esposa vive en compañía del Esposo, y lo terreno se une con lo celestial, lo humano con lo divino. Sin embargo, generalmente es largo el camino de peregrinación por sendas áridas y resecas hasta llegar a las fuentes de aguas vivas.

El hermano debe vigilar con atento cuidado la soledad exterior, que con frecuencia no está protegida por el retiro del claustro y la guarda de la celda. Pero de nada aprovecha la soledad exterior si no guarda también siempre la soledad interior, aun durante el trabajo, bien que sin violencia.

Siempre que no asistan al Oficio divino en la iglesia ni estén ocupados en los trabajos de las obediencias, los hermanos se retiran a su celda como al refugio más seguro y tranquilo del puerto. En la cual permanecen sosegadamente y, en cuanto sea posible, sin hacer ningún ruido, siguiendo fielmente el orden de los ejercicios, haciéndolo todo en la presencia de Dios, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, dando por su medio gracias a Dios Padre. En ella se ocupan provechosamente leyendo o meditando, sobre todo la Sagrada Escritura, que es el alimento del alma, o se entregan a la oración según sus posibilidades, no buscando ni aprovechando ninguna ocasión para salir fuera, salvo en las generalmente establecidas, o que procedan de la obediencia. El hombre por naturaleza huye a veces del silencio de la soledad y de la quietud ; por lo cual dice también San Agustín : «Para los amigos de este mundo no hay nada tan trabajoso como no trabajar». También pueden a veces los hermanos, para su provecho espiritual, dedicarse a pequeños trabajos en su celda, con el consentimiento del Procurador.

El primer acto de caridad para con nuestros hermanos es respetar su soledad ; si tenemos permiso para hablar de algún asunto en su celda, evitemos charlas inútiles.

Después del toque del Ángelus de la tarde no acuden los hermanos a la celda del Prior o el Procurador sin ser llamados. Después de esa hora, sólo quedan con los huéspedes los encargados de servirles. Igualmente, cuando uno está en la celda de otro o en otra parte, en cuanto oye ese toque vespertino debe retirarse en seguida, a menos que tenga orden especial de detenerse por más tiempo.

Capítulo 13


La clausura«»

Puesto que hemos dejado el mundo para siempre a fin de asistir incesantemente ante la Divina Majestad, conscientes de las exigencias de nuestro estado, sentimos horror por salir y recorrer lugares y ciudades. Pero de nada serviría un rigor tan grande en la clausura, si no tendiésemos por ella a la pureza de corazón a la cual solamente se promete la visión de Dios. Para conseguirla, se requiere una gran abnegación, sobre todo de la natural curiosidad que el hombre siente por todo lo humano. No debemos permitir que nuestro espíritu se derrame por el mundo, andando a la búsqueda de noticias y rumores. Por el contrario, nuestra parte es permanecer ocultos en el secreto del rostro del Señor.

Cuando es enviado un hermano a un lugar próximo, no acepta comida ni bebida de nadie, ni alojamiento, sin un mandato especial, u obligado por alguna necesidad inevitable e imprevista.

El Portero sea amable con todos, religiosamente educado, y absténgase por completo del mucho hablar ; así edificará a los seglares con el buen ejemplo. Cuando tenga que recibir o con mansedumbre despedir a alguien, hágalo con palabras atentas, pero muy breves. Y lo mismo se manda practicar a quien hace sus veces.

Recordemos asimismo que los seglares no esperan del cartujo que les hable de vanos rumores o de política ; por eso, evitando todo tema profano o frívolo, escribamos siempre en la presencia de Dios, en Cristo.

El precioso carisma del celibato es un don divino que libera nuestro corazón de manera excepcional y nos impulsa a cada uno, cautivado por Cristo, a entregarse totalmente por Él. Esta gracia no deja lugar ni a la estrechez de corazón ni al egoísmo, sino que, en respuesta al amor inefable que Cristo nos ha manifestado, debe dilatar nuestro amor de tal manera que una invitación irresistible inflame el alma a sacrificarse siempre más plenamente.

Sea, pues, el alma del monje, en la soledad, como un lago tranquilo cuyas aguas, brotando de la fuente purísima del espíritu, y no turbadas por rumor alguno introducido desde el exterior, como un nítido espejo reproduzcan la sola imagen de Cristo.

Capítulo 14


El silencio«»

Dios ha conducido a su siervo a la soledad para hablarle al corazón ; pero sólo el que escucha en silencio percibe el susurro de la suave brisa que manifiesta al Señor. Aunque al principio nos resulte duro callar, gradualmente, si somos fieles, nuestro mismo silencio irá creando en nosotros una atracción hacia un silencio cada vez mayor.

Por eso, no les está permitido a los hermanos hablar indistintamente lo que quieran, con quienes quieran o el tiempo que quieran. Sin embargo, pueden hablar de lo que sea útil para su trabajo, pero en pocas palabras y en voz baja. Más allá de lo que corresponde a la utilidad del trabajo, sólo pueden hablar con permiso, tanto con los monjes como con los extraños.

Como la guarda del silencio es de suma importancia en la vida de los hermanos, es preciso que guarden cuidadosamente esta regla. En los casos dudosos no previstos por la ley, queda a la discreción de cada cual el juzgar si le está permitido hablar y cuánto, según su conciencia y la necesidad.

La devoción al Espíritu que habita en nosotros y la caridad fraterna piden que los hermanos cuenten y midan sus palabras cuando les está permitido hablar. Es de creer que un coloquio largo e inútilmente prolongado contrista más al Espíritu Santo y disipa más que pocas palabras, incluso ilícitas, pero en seguida interrumpidas. Frecuentemente, la conversación que comienza siendo útil, degenera pronto en inútil, para terminar siendo reprensible.

Los Domingos y Solemnidades, y también los días dedicados especialmente al retiro, guardan con más cuidado el silencio y la celda. Todos los días, desde el toque vespertino del Ángelus hasta Prima, debe reinar en toda la Casa un silencio perfecto, que no podemos quebrantar sin verdadera y urgente necesidad. Porque este tiempo de la noche, según los ejemplos de la Escritura y el sentir de los antiguos monjes, favorece de un modo especial el recogimiento y el encuentro con Dios.

No se permitan tampoco los hermanos dirigir la palabra sin permiso a los seglares que llegan, ni conversar con ellos ; únicamente se les permite devolver el saludo a los que encuentren al paso o se les acerquen, y responder brevemente a lo que les pregunten, excusándose con que no tienen permiso para hablar más.

La guarda del silencio y el recogimiento interior requieren una especial vigilancia de parte de los hermanos, que tienen tantas ocasiones de hablar. No podrán ser perfectos en este punto, si no procuran atentamente andar en la presencia de Dios.

Capítulo 15


El trabajo«»

Los hermanos se dedican al trabajo en las horas señaladas, a fin de que, subveniendo a las necesidades de la Casa mediante su trabajo con Jesús, el hijo del Carpintero, orienten toda la creación a la gloria de Dios, y glorifiquen al Padre a la vez que asocian al hombre todo entero a la obra de la Redención. En el sudor y en la fatiga del trabajo hallan, en efecto, una partícula de la cruz de Cristo, por donde, a la luz de su Resurrección, se hacen partícipes de los nuevos cielos y de la nueva tierra.

Según la antigua tradición monástica, el trabajo es un medio muy eficaz de progreso hacia la caridad perfecta por la práctica de las virtudes. Por el equilibrio que establece entre el hombre interior y el exterior, el trabajo ayuda también al hermano a sacar más fruto de la soledad.

En las obediencias y en todo lo que tienen a su cargo, los hermanos siguen las disposiciones del Prior y del Procurador, aprovechando sus dotes naturales y los dones de la gracia en el desempeño de los cargos que se les encomienden. Así, por la obediencia, se aumenta la libertad de hijos de Dios, y con esta sumisión voluntaria contribuyen a la edificación del Cuerpo de Cristo según el plan divino.

El Procurador respecto a los hermanos, así como el Encargado de obediencia respecto a sus ayudantes, ejerzan su autoridad con espíritu de servicio, de suerte que manifiesten la caridad con que Dios los ama. Consúltenlos y escúchenlos gustosos, salva, con todo, su autoridad para decidir y ordenar lo que haya que hacer. Así todos cooperan en el cumplimiento del deber con una obediencia activa y llena de amor.

Unidos a Cristo Jesús, que siendo rico se hizo pobre por nosotros, los hermanos trabajan siempre con espíritu de pobreza. Evitan, en especial, todo despilfarro, y vigilan para que las herramientas no se estropeen. Ponen, igualmente, sumo cuidado en conservar en buen estado sus instrumentos, y, sobre todo, las máquinas.

El Enfermero y también el Cocinero, y los que tengan que atender a las necesidades especiales de los enfermos, rodeen de amor a los afligidos por la enfermedad ; más aún, reconozcan en ellos la imagen de Cristo paciente, y alégrense de poder servir y aliviar a Cristo en los enfermos.

La vida del hermano, en primer lugar, se ordena a que unido a Cristo permanezca en su amor. Así, mediante la gracia de la vocación aplíquese de todo corazón a tener a Dios siempre presente, ya en la soledad de la celda, ya también en sus trabajos.

Capítulo 17


El novicio«»

Quienes, ardiendo en amor divino, desean abandonar el mundo y captar las cosas eternas, cuando llegan a nosotros recibámoslos con el mismo espíritu. Es, pues, muy conveniente que los novicios encuentren en las Casas donde han de ser formados, un verdadero ejemplo de observancia regular y de piedad, de guarda de la celda y del silencio, y también de caridad fraterna. Si llegase a faltar esto, apenas se podrá esperar que perseveren en nuestro modo de vida.

A los que se presenten como candidatos, se los ha de examinar atenta y prudentemente, según el aviso del apóstol San Juan : «Examinad si los espíritus vienen de Dios». Porque es realmente cierto que de la buena o mala admisión y formación de los novicios depende principalmente la prosperidad o decadencia de la Orden, tanto en la calidad como en el número de las personas.

Por eso, los Priores deben informarse con prudencia sobre su familia, su vida pasada y sus cualidades de alma y cuerpo ; por la misma razón, convendrá consultar a médicos prudentes que conozcan bien nuestro género de vida. En efecto, entre las dotes por las que los candidatos a la vida solitaria deben ser estimados, ha de contarse sobre todo un juicio equilibrado y sano.

No acostumbramos recibir novicios antes de que hayan comenzado los veinte años ; incluso entre los que pidan ser admitidos, recíbanse tan sólo aquellos que, a juicio del Prior y de la mayoría de la Comunidad, tengan suficiente piedad, madurez y fuerzas corporales para llevar las cargas de la Orden ; y sean lo bastante aptos, sin duda para la soledad, pero también para la vida común.

Pero conviene que seamos más circunspectos en la recepción de las personas de edad madura, puesto que se acostumbran más difícilmente a las observancias y nuestra forma de vida ; por eso, no queremos que se reciba aspirante alguno al estado de converso pasados los cuarenta y cinco años, sin licencia expresa del Capítulo General o del Reverendo Padre. Tal licencia se requiere también para admitir al noviciado a un religioso ligado con el vínculo de la Profesión en otro Instituto, y si se trata de un profeso de votos perpetuos, el Reverendo Padre necesita del consentimiento del Consejo General. Para admitir a alguien ligado anteriormente con votos a un Instituto religioso se nos aconseja oír antes al Reverendo Padre.

Cuando se nos presenta alguno pidiendo ser hermano nuestro, es necesario que no padezca ningún impedimento legítimo, que venga movido por recta intención, y que sea apto para llevar las cargas de la Orden. Razón por la cual sea interrogado debidamente sobre todo aquello cuyo conocimiento parezca necesario u oportuno para formar un juicio recto acerca de su admisión.

Cumplido esto, se expone al candidato el fin de nuestra vida, la gloria que esperamos dar a Dios por nuestra unión con su obra redentora, y cuán bueno y gozoso es dejarlo todo para adherirse a Cristo. También se le propone lo duro y áspero, haciéndole ver, en cuanto sea posible, todo el modo de vida que desea abrazar. Si ante esto sigue decidido, ofreciéndose con sumo gusto a seguir un camino duro, fiado en las palabras del Señor, y deseando morir con Cristo para vivir con Él, por fin se le aconseja que, conforme al Evangelio, se reconcilie con aquellos que tuvieren alguna cosa contra él.

Después de convivir unos días con nosotros, si al Prior le consta que puede ser recibido el aspirante, recibirá el manto de los postulantes de manos del Maestro de novicios. Se ejercitará en diversos trabajos y obediencias, y asistirá al Oficio divino, para que se acostumbre cuanto antes a la nueva vida. Antes de que empiece el noviciado, sea probado en la Casa al menos durante tres meses y no más de un año.

Si el postulante fuese hallado humilde, obediente, casto, fiel, piadoso, equilibrado, apto para la soledad y diligente en el trabajo, puede ser presentado a la Comunidad, incluidos los donados perpetuos. Presentación que hacen el Vicario, el Procurador y el Maestro, quienes clara y exactamente ponen de manifiesto las dotes y defectos del postulante. Y si toda la Comunidad, o la mayor parte, juzga que puede ser admitido, corresponde al Prior asociarlo a la Orden con la toma del hábito monacal, habiendo hecho antes al menos cuatro días de retiro.

El novicio, puesto que se propone dejar todas las cosas para seguir a Cristo, entregue íntegramente al Prior el dinero y las demás cosas que acaso trajo consigo, a fin de que sean guardadas no por él mismo, sino por el Prior o por quien éste designare. Por nuestra parte, no exigimos ni pedimos absolutamente nada a los que quieren entrar en nuestra Orden o a los novicios.

El noviciado hecho para monjes laicos no vale para monjes del claustro, ni viceversa.

El noviciado se prolonga durante dos años ; tiempo que el Prior puede prorrogar, pero no más de seis meses. El candidato, al menos antes de comenzar el segundo año, elija entre la vida de los conversos y la de los donados, espontáneamente y con toda libertad.

El candidato que pasa con votos perpetuos de otra Religión a la nuestra, una vez cumplido el postulantado como dijimos antes, si fuese apto, es admitido al noviciado de los conversos, en el cual permanece cinco años antes de ser admitido a la Profesión solemne.

Para su admisión al noviciado hágase igualmente después de pasados dos años, y luego, después de otros dos, y finalmente antes de la Profesión solemne.

Si alguno, ya en el segundo año del noviciado de los donados, o después de hecha la Donación, fuese a pasar al estado de los conversos, al Prior corresponde determinar el orden de toda la probación, de modo que ésta dure al menos siete años y tres meses, y se observen las normas del Derecho. Lo mismo se hace cuando un converso novicio o profeso de votos temporales pasa al estado de donado.

No se deje aplanar el novicio por las tentaciones que suelen acechar a los seguidores de Cristo en el desierto ; ni confíe en sus propias fuerzas, sino más bien espere en el Señor, que dio la vocación y llevará a término la obra comenzada.

Capítulo 18


La Profesión«»

Muerto al pecado y consagrado a Dios por el bautismo, el monje por la Profesión se consagra más plenamente al Padre y se desembaraza del mundo, para poder tender más rectamente hacia la perfecta caridad. Unido al Señor mediante un compromiso firme y estable, participa del misterio de la Iglesia unida a Cristo con vínculo indisoluble, y da testimonio ante el mundo de la nueva vida adquirida por la Redención de Cristo.

Terminado laudablemente el noviciado, el novicio converso se presenta al Convento. Postrado en Capítulo pide misericordia y suplica por amor de Dios ser admitido a la primera Profesión en hábito de los profesos, como el más humilde servidor de todos.

Después de haber hecho por lo menos ocho días de retiro espiritual, el día establecido, el hermano renovará su petición ante el Convento. Entonces el Prior lo amonestará sobre la estabilidad, la obediencia, la conversión de costumbres y demás cosas necesarias al estado de conversos. Después, emitirá en la iglesia la Profesión por tres años. Se ha de procurar absolutamente que el hermano, al emitir sus votos, proceda con madurez de juicio, y no se comprometa sino con plena libertad.

Transcurrido el trienio, al Prior corresponde, después del voto de la Comunidad, admitir al joven profeso a la renovación de la Profesión temporal por dos años.

El Prior admite a los profesos temporales a la Profesión solemne después del sufragio de los monjes profesos de votos solemnes, y con la anuencia del Reverendo Padre. También para esta Profesión deberá hacer el hermano dos veces su petición en Capítulo, como se dijo al hablar de la Profesión temporal.

Porque el discípulo que sigue a Cristo debe renunciar a todo y a sí mismo, el futuro profeso, antes de la Profesión solemne, renuncie a todos los bienes que tenga en acto ; puede también, si quiere, disponer de los bienes a los que tenga derecho. Ninguna persona de la Orden pida nada en absoluto de sus cosas al profeso temporal, ni siquiera con fines piadosos, ni para dar limosna a quien sea, sino que él disponga libremente de sus bienes según le plazca.

El día señalado, el que va a profesar emite la Profesión en la Misa conventual, después del Evangelio o el Credo. Entonces, realmente, la entrega de sí mismo que pretende hacer con Cristo, a través del Prior es aceptada y consagrada por Dios.

El que va a profesar escriba por sí mismo en lengua vernácula la Profesión en esta forma y con estas palabras : «Yo, fray N., prometo… obediencia, conversión de mis costumbres y perseverancia en este yermo, delante de Dios y de sus Santos y de las Reliquias de esta Casa, que está construida en honor de Dios y de la bienaventurada siempre Virgen María y de San Juan Bautista, en presencia de Dom N., Prior».

Si se trata de la Profesión temporal, añádanse después de «prometo», las palabras que limiten el tiempo ; si de la Profesión solemne, dígase «perpetua».

Es de saber que todos nuestros yermos están dedicados, en primer lugar, a la bienaventurada siempre Virgen María y a san Juan Bautista, nuestros principales patronos en el cielo.

Todas las cédulas de Profesiones, firmadas por el Profeso y por el Prior que recibió los votos, y con indicación de la fecha, se guardarán en el archivo de la Casa.

Todos los religiosos de nuestra Orden permanecen en lo sucesivo profesos de la Casa donde, una vez terminado el noviciado, hicieron la primera Profesión, aunque sean trasladados a otras Casas y hagan allí su Profesión solemne.

Desde el momento de su Profesión, sepa el hermano que no puede tener cosa alguna sin licencia del Prior, ni aún el bastón en que se apoya cuando camina, puesto que ya no es dueño ni de sí mismo. Dado que todos los que determinaron vivir regularmente han de practicar con gran celo la obediencia, nosotros lo haremos con tanta mayor entrega y fervor, cuanto más estricta y austera es la vocación que hemos abrazado ; pues si, lo que Dios no permita, esta obediencia faltare, tantos trabajos carecerían de mérito. De aquí que Samuel diga : «Mejor es obedecer que sacrificar, y mejor la docilidad que la grasa de los carneros».

Capítulo 19


La Donación«»

En la Casa de Dios hay muchas mansiones : entre nosotros hay monjes del claustro y conversos, hay también donados que, habiendo abandonado igualmente el mundo, han buscado la soledad de la Cartuja, a fin de consagrar toda su vida a Dios, aplicándose a la oración y al trabajo al amparo de la clausura. Pues no pocas veces los hombres más virtuosos prefirieron vivir y morir en el estado de donados, para disfrutar, agregados a los hijos de San Bruno, de su santa herencia.

Terminado laudablemente el noviciado, el novicio donado es admitido por el Prior a hacer la Donación temporal, después de la votación de los profesos de votos solemnes, y asimismo de los donados perpetuos.

El día de la Donación temporal o perpetua, el futuro donado, habiendo hecho al menos cuatro días de retiro, leerá su Donación, escrita en lengua vernácula, ante toda la Comunidad, antes de Vísperas, bajo esta forma y con estas palabras : «Yo, fray N., por el amor de nuestro Señor Jesucristo y la salvación de mi alma, prometo servir fielmente a Dios como donado, guardar obediencia y castidad, viviendo en pobreza, para el bien de la Iglesia. Por ello me entrego… a esta Casa, haciendo un contrato mutuo de servirla en todo tiempo, sometido a la disciplina de la Orden, según los Estatutos».

Después de la expresión «me entrego», añádase «por tres años», si la Donación es temporal ; y si se prorroga, indíquese el tiempo de prórroga ; pero si la Donación es perpetua, dígase «perpetuamente».

Aunque el donado viva en pobreza, conserva la propiedad y la disposición de sus bienes. Pero antes del tiempo de la Donación perpetua, nadie enajene ni permita que sea enajenado ninguno de sus bienes, aunque lo quiera el mismo donado.

Desde este momento, el donado queda constituido en persona de la Orden e incorporado a ella, pudiendo los Superiores, en caso de necesidad, trasladarlo a cualquiera de nuestras Casas. Sin embargo, no puede ser expulsado de la Orden, a no ser que faltase gravemente a alguna de sus obligaciones, en cuyo caso podrá el Prior, con el consentimiento de su Consejo, anular su Donación. Mas cuando se anula un contrato de Donación, ambas partes, a saber, el Prior en nombre de la Comunidad, y el mismo donado, suscriban un instrumento que dé fe de esta rescisión.

Terminado el trienio, al Prior corresponde, tras la votación de la Comunidad, incluidos los Donados perpetuos, admitir al donado a la renovación temporal por dos años. El tiempo de la Donación temporal puede prorrogarlo el Prior, pero no más de un año.

Transcurrido el tiempo de probación, al Prior corresponde, tras la votación de la Comunidad, incluidos los Donados perpetuos, admitir al hermano o a la Donación perpetua, o al régimen en el que la Donación se renueva cada tres años ; renovaciones para las cuales no se repite la votación. Para la Donación perpetua se requiere además el consentimiento del Reverendo Padre.

Los donados son monjes dotados de costumbres propias en cuanto al Oficio divino y a las demás observancias. Estas costumbres se pueden adaptar a las necesidades de cada uno, de modo que le permitan vivir, según su camino personal, nuestra vocación de unión con Dios en la soledad y el silencio. Esta ordenada libertad no la tomarán como una concesión a la sensualidad, sino en servicio de la caridad. Se entregan, por tanto, al servicio del Señor de distinta manera que los conversos, pero su ofrenda a Dios no es menos verdadera, ni menos ardiente su deseo de santidad. Prestan, asimismo, una ayuda muy útil a la Casa, encargándose a veces de trabajos que a los conversos les dificultarían la guarda de sus observancias.

Capítulo 20


La formación de los hermanos«»

Los hermanos principiantes están sujetos a la dirección del Maestro de novicios, que siempre será un Padre ordenado de sacerdote. Que sea, además, varón sobresaliente en religiosidad, quietud, silencio, juicio y prudencia, que arda en auténtica caridad e irradie amor de nuestra vocación, que comprenda también la diversidad de espíritus, y tenga una mentalidad abierta a las necesidades de los jóvenes. Bajo su tutela permanecen los conversos hasta su Profesión solemne, y los donados hasta su Donación perpetua o hasta que comiencen el régimen en el que se renueva la Donación cada tres años.

El Maestro instruye a sus alumnos a fin de que la vida de oración, enraizada en la fe y en la caridad, la saquen de la genuina fuente de la palabra de Dios, y la adapten a las obligaciones propias de su estado, como son la soledad, el silencio, la liturgia y el trabajo. Promueve, también, la comprensión y el amor de nuestros Estatutos así como de las tradiciones de la Orden. Se preocupará de que el amor de los alumnos a Cristo y a la Iglesia vaya en aumento de día en día. Una vez por semana atiende a la formación en común de sus discípulos, teniendo una conferencia de al menos media hora de duración, en la que los instruye, sobre todo, acerca del espíritu y las observancias de nuestro propósito. A los novicios se les concede más tiempo de celda, para que puedan aplicarse mejor a su formación espiritual.

Visitando a los principiantes y conversando sencillamente con ellos en particular, el Maestro observa sus disposiciones espirituales y les da consejos acomodados a sus necesidades especiales, para que cada uno pueda alcanzar la perfección de su vocación.

El Procurador, que por razón de su cargo trata diariamente con los hermanos, los moverá más eficazmente a la virtud y a la oración con el ejemplo de virtud y de vida de oración que él mismo practique ; porque la ciencia divina se comunica mejor viviéndola que explicándola.

Cuídese ya desde el tiempo de formación de no cargar a los hermanos con excesivos ejercicios comunes u observancias ajenas a nuestra Orden ; vigílese más bien para que sean iniciados en la vida de oración y en el verdadero espíritu monástico.

Al Prior y al Maestro de novicios pertenece el juzgar, según su prudencia y discreción, de la idoneidad de los candidatos o de los hermanos jóvenes para seguir el género de vida de la Orden. Para que uno sea cartujo no sólo de nombre, sino real y verdaderamente, no basta querer ; se requiere además, junto con el amor a la soledad y a nuestra vida, cierta aptitud especial de alma y cuerpo. Recibir a alguno o retenerlo largo tiempo, cuando consta que le faltan las dotes necesarias, es una falsa y casi cruel compasión. Esté muy en guardia el Maestro para que el novicio se decida en su vocación con plena libertad, y no lo coaccione en modo alguno para que haga la Donación o la Profesión.

Cuatro veces al año dé cuenta, ante el Prior y el Consejo, del estado de los novicios donados y de los novicios conversos ; responda también a las preguntas que se le hagan sobre los demás miembros del noviciado.

Los hermanos principiantes tengan libre acceso al Maestro de novicios y puedan tratar siempre con él, pero espontáneamente y sin coacción alguna. Los exhortamos a que expongan con sencillez y confianza sus dificultades al Maestro, aceptándolo como elegido por la divina Providencia para dirigirlos y ayudarlos. Igualmente, todos los hermanos pueden acudir libremente al Prior, quien, como padre común, los recibirá benignamente y los visitará algunas veces en sus celdas, mostrando el mismo interés por todos, sin acepción de personas.

Los hermanos más antiguos, en especial los Encargados de obediencia, contribuyen eficazmente a la formación de los más jóvenes con quienes trabajan, si les dan ejemplo de observancia regular y practican las virtudes y la oración en el vivir de cada día. Sin embargo, absténganse o poco menos de entablar conversaciones, aun sobre temas espirituales, pues no deben mezclarse en cosas relativas a la conciencia ajena.

Para que la vida espiritual de los hermanos se sustente en una sólida base, se les dará a los jóvenes hermanos, desde el comienzo de su vida monástica, una formación doctrinal, a la cual se reservará cada día cierto tiempo. Tal formación tiende a que el hermano se inicie en las riquezas latentes en la Palabra de Dios, y le permita adquirir una percepción personal de los misterios de nuestra fe, a la vez que va aprendiendo a sacar fruto de la meditación en libros sólidos. El cargo de impartir dicha instrucción corresponde al Prior, al Maestro y al Procurador, quienes obrarán de común acuerdo, según las prescripciones del Capítulo General.

La formación espiritual y doctrinal de los hermanos ha de irse completando durante toda la vida. En la consecución de este fin ayudan al Procurador los padres designados por el Prior, dando cada domingo una conferencia a los hermanos. Desde Todos los Santos hasta Pascua, en esta conferencia se explican los Estatutos, y se leen los capítulos que es costumbre leer todos los años en la Comunidad de los hermanos ; esta conferencia, por la que son también aleccionados sobre las observancias de la Orden, se encomendará preferentemente al Procurador. Desde Pascua hasta la fiesta de Todos los Santos, tal formación versará sobre doctrina cristiana, vida espiritual, y además sobre Sagrada Escritura y Liturgia, según las normas que establecerá el Prior ; esta enseñanza sea profunda y, al mismo tiempo, adaptada a la capacidad de los hermanos. Estas dos clases de instrucción, si parece oportuno, se pueden distribuir de otro modo, con tal que no se disminuya el tiempo dedicado a cada una.

Así, los hermanos aprenderán la sublime ciencia de Jesucristo, si se disponen a recibirla con una vida de oración silenciosa, oculta con Cristo en Dios. Ésta es la vida eterna, que conozcamos al Padre y a su enviado, Jesucristo.