Libro 3

Libro 3

Capítulo 21


La celebración cotidiana de la Liturgia«»

Después de haber descrito la vida del monje a la escucha de Dios en la celda o en el trabajo, vamos a tratar ahora, con la ayuda del Señor, de la Comunidad. La gracia del Espíritu Santo congrega a los solitarios para formar una comunión en el amor, a imagen de la Iglesia, que es una y se extiende por todas partes.

Cuando nuestro Padre San Bruno penetró en el desierto con seis compañeros, seguía las huellas de los antiguos monjes, consagrados totalmente al silencio y a la pobreza de espíritu. Con todo, esta gracia propia de nuestros primeros Padres consistió en introducir en aquella vida la Liturgia cotidiana, que, conservando la fuerza de la institución eremítica, la asociara más expresamente al cántico de alabanza que el Sumo Sacerdote, Cristo, transmitió a su Iglesia. Esta peculiar Liturgia la conservamos como más conforme a la vida contemplativa y solitaria.

Al modo de la sinaxis de los antiguos monjes, en nuestra Liturgia ocupan el lugar más eminente las vigilias de la noche, seguidas inmediatamente de Laudes, la Eucaristía celebrada conventualmente, y también las Vísperas. Para estos oficios nos reunimos en la iglesia.

Cuando nos congregamos para la Eucaristía, en Cristo presente y orante se consuma la unidad de la familia cartujana. Esta conmemoración del sacrificio del Señor reúne cada día a todos los monjes del claustro y a los monjes laicos que lo deseen.

Además, los sacerdotes en la soledad celebran la Eucaristía, juntamente con la Iglesia ; entonces la humilde oblación de su vida en el desierto es asumida en Cristo para la gloria de Dios Padre.

Sin embargo, en los días que se avienen más a la vida comunitaria, los monjes pueden concelebrar, unidos en un mismo sacerdocio.

La oración nocturna es aquélla en la que, perseverando en las centinelas divinas, esperamos el retorno del Señor, para que, cuando llame, le abramos al instante. Las Vísperas se celebran al tiempo en que el día declina e invita a las almas al sábado espiritual.

Las demás Horas canónicas de la Liturgia las recitamos, según costumbre, en la celda. Los Domingos y Solemnidades, Tercia, Sexta y Nona las cantamos en el coro.

La Liturgia celebrada en el secreto de la celda se adapta a la vida solitaria, que es libertad del alma, de tal manera que pueda armonizar lo más posible con la inclinación del corazón, aún cuando sea siempre un acto de nuestra vida comunitaria. Al toque de campana, orando todos a la vez, obtienen como resultado que toda la Casa sea una alabanza de la gloria de Dios.

Mientras celebran el Oficio divino, los monjes se hacen voz y corazón de la misma Iglesia, que por medio de ellos ofrece a Dios Padre, en Cristo, culto de adoración, alabanza y súplica, y pide humildemente perdón por los pecados. Cargo de suma importancia, que desempeñan los monjes, ciertamente a través de toda su vida, pero más expresa y públicamente por medio de la sagrada Liturgia.

Siendo ocupación del monje meditar asiduamente las Sagradas Escrituras, hasta que se conviertan en algo connatural, cuando se nos presentan por la Iglesia en la Sagrada Liturgia, las acogemos como pan de Cristo.

La Liturgia conventual se canta siempre. Nuestro canto gregoriano, el cual sabemos que fomenta la interioridad y la sobriedad del espíritu, es parte tradicional y sólida del patrimonio de la Orden.

Los monjes del claustro están obligados al Oficio divino según lo describen nuestros libros litúrgicos. La participación de los monjes laicos en la Liturgia puede realizarse de varios modos ; en cualquier caso, participan en la oración pública de la Iglesia.

Además del Oficio divino, nuestros Padres nos transmitieron el Oficio de la bienaventurada Virgen María, cada una de cuyas Horas suele preceder a la Hora correspondiente del Oficio divino. Con esas preces se celebra la perenne novedad del misterio por el cual la bienaventurada Virgen engendra espiritualmente a Cristo en nuestros corazones.

Puesto que el Señor nos ha llamado para que representemos ante Él a toda criatura, es necesario que intercedamos por todos : por nuestros hermanos, familiares y bienhechores, y por todos los vivos y difuntos.

Frecuentemente celebramos la Liturgia de la reconciliación, perpetua Pascua del Señor, por la que nos renueva a nosotros, pecadores, que buscamos su rostro. En efecto, nuestra vida espiritual depende de la asidua, diligente y personal práctica del Sacramento de la Penitencia.

Porque nuestra vocación consiste en estar sin interrupción en vela cerca de Dios, toda nuestra vida se convierte en una especie de Liturgia, que en ciertos tiempos se hace más patente, ya sea que ofrezcamos oraciones en nombre y según los ritos de la Iglesia, o bien que sigamos los impulsos del propio corazón. Pero no nos dividimos por esta diversidad, ya que siempre ejerce en nosotros su sacerdocio el mismo Señor, orando en el mismo Espíritu al Padre.

Capítulo 22


La vida común«»

Cuando en las celdas o en las obediencias practicamos la vida solitaria, el corazón se inflama y se alimenta con el fuego de la divina caridad, que es vínculo de perfección, y nos constituye miembros de un mismo cuerpo. Este amor mutuo que nos tenemos, podemos manifestarlo gozosamente con palabras y obras, o abnegándonos por nuestros hermanos, cuando nos reunimos en las horas señaladas por los Estatutos.

La sagrada Liturgia es la parte más digna de la vida común, como quiera que fundamenta la máxima unión entre nosotros, cuando, diariamente unidos, de tal manera participamos en ella que podamos estar concordes en presencia de Dios.

El Capítulo de la Casa es un lugar particularmente digno ; en él fuimos recibidos un día cada uno como el más humilde servidor de todos ; en él reconocemos ante nuestros hermanos las faltas cometidas después ; allí escuchamos la lectura sagrada, y allí también deliberamos sobre cuestiones que afectan al bien común.

En algunas Solemnidades nos reunimos todos en el Capítulo para oír el sermón pronunciado por el Prior o por otro a quien él haya encargado.

En los Domingos y Solemnidades – exceptuadas las Solemnidades de Navidad del Señor, Pascua y Pentecostés, y todas las que en la Cuaresma ocurren entre semana – después de Nona vamos al Capítulo para atender a la lectura del Evangelio o de los Estatutos. Cada dos semanas o una vez al mes, según la costumbre de las Casas, reconocemos allí públicamente las faltas. Cada uno puede confesar las faltas cometidas contra los hermanos, contra los Estatutos, o también contra las obligaciones generales de nuestra observancia. Y porque no se guarda la soledad del corazón sino por el antemural del silencio, quien lo haya quebrantado reconocerá siempre su falta, y sufrirá alguna penitencia pública, según costumbre. Después de la acusación, el Prior podrá oportunamente hacer admoniciones.

Los hermanos se reúnen los Domingos en el Capítulo o en otro lugar, a una hora apropiada, y allí se les leen y explican los Estatutos, o un padre encargado por el Prior los instruye en la doctrina cristiana. Allí mismo reconocen sus culpas, a no ser que hayan asistido al Capítulo juntamente con los padres.

A juicio del Prior, los monjes se reúnen en el Capítulo siempre que haya que deliberar sobre un asunto, o que el Prior pida el parecer de la Comunidad.

Comemos juntos en el refectorio los Domingos y Solemnidades ; en estos días nos reunimos más a menudo dando lugar a las expansiones de la vida de familia. El refectorio, al que entramos después de un Oficio en la iglesia, nos recuerda la Cena que Cristo consagró ; bendice las mesas el sacerdote que ha celebrado la Misa conventual ; y mientras se nos sirve el alimento corporal, nos nutrimos de la lectura divina.

A los padres se les concede una recreación común después del Capítulo de Nona ; a los hermanos, a juicio del Prior, en cualquier solemnidad, para quienes lo quieran. Una vez al mes hay un coloquio para todos los hermanos ; este día, a voluntad del Prior, padres y hermanos pueden tener una recreación común, a la que también pueden asistir los novicios y profesos temporales.

En las recreaciones, recordemos el consejo del Apóstol : «Alegraos, tened un mismo sentir, vivid en paz, y el Dios del amor y de la paz estará con vosotros». Como la recreación es una reunión de Comunidad, evitemos quedarnos aparte o hablar fuera del lugar donde están todos reunidos, a no ser unas pocas palabras.

Ya que, como dice San Bruno, el ánimo pusilánime, cansado por la estrecha disciplina y los afanes espirituales, muchas veces se aligera y toma aliento con la amenidad del desierto y la belleza del campo, los padres tienen un espaciamiento cada semana, exceptuada la Semana Santa. Por su parte, los hermanos tienen un espaciamiento al mes, a gusto de cada uno, quienes, sin embargo, deberán tomar parte en él al menos tres o cuatro veces al año. En este espaciamiento, padres y hermanos, a juicio del Prior, pueden pasear juntos.

Según antigua costumbre de la Orden, una vez al año se concede un gran espaciamiento, que padres y hermanos, novicios y jóvenes profesos pueden hacer juntos, si el Prior lo ve oportuno. En ese día está permitido salir de los límites del espaciamiento aprobados por el Capítulo General, y podemos llevar algo de comida para tomar en él. Pero aun en este caso se ha de guardar la frugalidad cartujana, y comer lejos de los extraños. Además, el Prior puede conceder otro semejante, pero sin que se coma en él.

Nuestros espaciamientos sean tales que favorezcan la unión de los espíritus y su saludable aprovechamiento. Por ello, siguiendo todos el mismo camino, paseen juntos para que todos puedan hablar alternativamente unos con otros, a no ser que, por alguna causa razonable, parezca mejor formar dos o tres grupos. Y si tienen que atravesar necesariamente por los pueblos vecinos, se contentarán con pasar sencillamente y con toda modestia, sin entrar nunca en casas de seglares. No hablen con los extraños, ni les den nada. Tampoco coman en los paseos, ni beban otra cosa que agua natural de las fuentes que encuentren en el camino.

Estas recreaciones fueron establecidas para fomentar el amor mutuo y dar un alivio a la soledad. Evitemos la locuacidad y las voces y risas descompuestas ; sean nuestras conversaciones religiosas, no vanas ni aseglaradas, evitando cuidadosamente toda sombra de detracción o murmuración. Cuando no estemos de acuerdo con otro, sepamos escucharlo, procurando comprender su mentalidad, a fin de que todo sirva para estrechar más el vínculo de la caridad.

Tres veces al año, los padres hacen obras comunes, a voluntad del Prior, que también podrá omitirlas. Entre Nona y Vísperas se hace el trabajo en común, guardando silencio. Estos trabajos pueden durar tres días. Además de las ayudas que se presten al Sacristán, el Prior puede encargar algún trabajo que alivie a los hermanos ; y así los padres se alegrarán de tener una ocasión de participar en las tareas de los hermanos. En la semana en la que se hacen obras comunes, a cualquier padre le es lícito no asistir al espaciamiento.

Una vez al mes, los padres que quieran pueden, con la aprobación del Prior, dedicar el tiempo del paseo a algún trabajo a modo de obras comunes, con permiso para hablar entre ellos.

Capítulo 23


El Prior«»

La elección del Prior

Toda Casa de la Orden donde están presentes al menos seis profesos capaces de elegir, pueden elegir a su Prior. Pero la elección debe hacerse dentro de los cuarenta días ; transcurrido ese tiempo, proveerá de nuevo Prior el Reverendo Padre o el Capítulo General.

El ministerio del Prior

El Prior, a ejemplo de Cristo, está entre sus hermanos como quien sirve ; los rige según el espíritu del Evangelio y según la tradición de la Orden que él mismo ha recibido. Se esfuerza por ser útil a todos con su palabra y su ejemplo de vida. Será, en particular para los monjes del claustro, de los cuales procede, un modelo de quietud contemplativa, estabilidad, soledad y fidelidad a las observancias de su vocación.

Ni su puesto ni su vestido se diferencian en nada de los demás por su dignidad o lujo, ni tampoco lleva ningún distintivo que lo dé a conocer como Prior.

El Prior, que es en el monasterio el padre común de todos, debe mostrar la misma solicitud por los hermanos y por los padres. Los visitará de vez en cuando en sus celdas y obediencias. Si alguno acude a su celda, lo acogerá con gran caridad, y siempre escuchará con agrado a cada uno. Será tal que sus monjes, sobre todo en las pruebas, puedan recurrir a él como al regazo de un padre lleno de bondad y abrirle, si lo desean, su alma libre y espontáneamente. No juzgando con miras humanas, se esforzará con sus monjes por estar a la escucha del Espíritu en la búsqueda común de la voluntad de Dios, de la que, por la misión que ha recibido, es intérprete para sus hermanos.

El Prior no debe, para hacerse querer, relajar la disciplina regular, porque esto no es guardar las ovejas, sino perderlas. Por el contrario, gobierne a los monjes como a hijos de Dios, promoviendo su voluntaria sujeción, para que en la soledad se conformen más plenamente a Cristo obediente.

Los monjes, por su parte, amen en Cristo y reverencien a su Prior, y tribútenle siempre humilde obediencia. Confíen en él, que ha tomado el cuidado de sus almas en el Señor, abandonando toda preocupación en aquél que se cree hace las veces de Cristo. No se tengan por sabios en su propia estimación, fiados en su propio juicio, sino que, inclinando su corazón a la verdad, escuchen los consejos de su padre.

A los más jóvenes, cuando empiezan a vivir entre los profesos solemnes, a los conversos recién hechos sus votos solemnes, y a los donados que ya no están bajo la tutela del Maestro, no los deje el Prior abandonados a sí mismos y al arbitrio de su propia voluntad, pues la experiencia enseña que estos años son los más peligrosos para nuestra vocación, y que de ellos depende todo el resto de nuestra vida. Ayúdelos como padre, e incluso como hermano, dialogando con ellos sencillamente en particular. En cuanto sea posible, evite el poner a los monjes en los cargos apenas han terminado los estudios, sobre todo en el de Procurador.

Vele el Prior para que se tenga normalmente el Capítulo de los hermanos. Cuide, además, de que una vez por semana se les explique la doctrina cristiana o los Estatutos. Y como éste es un deber suyo grave, ponga sumo empeño en que los hermanos adquieran una sólida formación y se les proporcionen libros adecuados para ello.

Muestre un cuidado especial con los enfermos, tentados y afligidos, sabiendo por experiencia cuán dura puede resultarnos a veces la soledad.

Como los libros son el alimento perenne de nuestras almas, el Prior facilíteselos gustosamente a sus monjes. Conviene que se nutran principalmente de la Sagrada Escritura, de los Padres de la Iglesia y de los buenos autores monásticos. Suminístreles también otros libros sólidos, cuidadosamente seleccionados para utilidad de cada cual. Pues en la soledad nos dedicamos a la lectura, no para conocer todas las nuevas opiniones, sino para alimentar la fe en la paz y favorecer la oración. También puede el Prior, si es preciso, prohibir algún libro a sus monjes.

El Prior, para tomar alguna decisión en las cosas de mayor importancia relacionadas con las obediencias de los Oficiales, apóyese en ellos después de haber cambiado impresiones y de común acuerdo. Ellos, por su parte, sométanse siempre a sus órdenes con ánimo filial. Aprenda él a conocerlos con sus dificultades, con ánimo paternal, ayúdelos, defienda su autoridad en presencia de todos, y, si es necesario, repréndalos con caridad. Proceda de tal modo que no sólo parezca interesarse por el orden externo, sino que, personalmente fiel al Espíritu, muestre a todos la caridad de Cristo. Porque la paz y concordia de la Casa depende en gran parte de que los Oficiales estén unidos con el Prior y de común acuerdo.

El Prior no debe comer en su Casa con los huéspedes desordenada e indiferentemente, sino solamente con las personas a las que no se les puede negar fácilmente esta atención, y aun entonces, cuantas menos veces, mejor.

El Prior que por vejez o enfermedad no puede regir su grey ni darle ejemplo de vida regular, lo reconozca humildemente y, sin esperar al Capítulo General, pida la misericordia al Reverendo Padre. Exhortamos a los Definidores que no mantengan en el cargo de Prior a personas gastadas por la vejez o poca salud.

El Prior, cuyo cargo requiere no poca abnegación, aplíquese a sí mismo aquellas palabras de Guigo : «No has de empeñarte en que tus hijos, a cuyo servicio te ha puesto el Señor, hagan lo que tú quieres, sino lo que les conviene. Tú te debes amoldar a ellos para su bien, y no doblegarlos a tu voluntad, pues no se te han encomendado sólo para que los presidas, sino para que los aproveches».

Capítulo 26


El Procurador«»

El Prior pone al frente de los hermanos de la Casa a un monje de entre los profesos solemnes como diligente Procurador ; así queremos que sea llamado. el cual, aunque a ejemplo de Marta, cuyo oficio acepta, también él necesariamente tiene que afanarse y preocuparse de muchas cosas, sin embargo, no debe abandonar completamente o tomar aversión al silencio y quietud de la celda, sino más bien recurre siempre a la celda, en cuanto se lo permiten los negocios de la Casa, como al abrigo del más seguro y tranquilo puerto, para calmar – leyendo, orando, meditando – los turbulentos movimientos de su ánimo que nacen del cuidado o administración de las cosas exteriores ; y para que pueda guardar, en lo secreto de su corazón algo provechoso que exponer con unción y sabiduría a los hermanos a él confiados.

El Procurador debe visitar en todo tiempo a los monjes enfermos que no asisten a la iglesia, mostrándose con ellos solícito y amable. Fuera de este caso, no visita a los padres, ni entra en sus celdas sin permiso, ni puede hablar con ellos fuera de la celda, sino cuando los encuentre en un coloquio concedido por el Presidente ; sin embargo, puede cambiar unas palabras a la puerta de la celda. Pero cuide mucho de no difundir noticias del mundo por la Casa, pues su función propia es procurar que los monjes puedan consagrarse a la quietud contemplativa.

El Procurador debe velar solícito por las obediencias de los hermanos y por la salud corporal de éstos, atendiéndolos con toda caridad. Lo primero, deles ejemplo, porque más son estimulados con hechos que con palabras ; gustosamente imitarán al Procurador, si éste imita a Cristo. Procure, sobre todo, no cargar a los hermanos con excesivo trabajo ; y a fin de que puedan gozar en la celda del suficiente recogimiento, el tiempo dedicado al trabajo no pase normalmente de siete horas.

Sea cada hermano responsable de su obediencia, y, a su vez, el Procurador apoye su autoridad en los trabajos que se le encomienden. Sobre ellos debe consultar el hermano al Procurador, y someterse a su voluntad ; sin embargo, en cuanto lo permitan las cosas, el Procurador deje obrar a los hermanos con la debida libertad, para que cumplan mejor sus encargos ; y si quisiere cambiar algo en sus obediencias, no lo hace sin consultarlos, o por lo menos sin avisarlos antes.

El Procurador, como también los otros Oficiales de la Casa, deben vigilarse para no abusar de su cargo y concederse dispensas o cosas no necesarias, que no querrían conceder a los demás.

El Procurador debe mostrarse atento con los huéspedes, salir a recibirlos cuando llegan, y visitarlos luego. Ausente el Prior, el Procurador puede dejar de acudir al refectorio para asistir a los huéspedes. Pero no coma desordenada e indiferentemente con todos, sino solamente con las personas a las que no se les puede negar fácilmente esta atención ; y esto, cuantas menos veces, mejor. Fuera del Procurador, y del Vicario cuando está ausente el Prior, ningún monje asista a la comida de los huéspedes.

El Procurador que deja la procura, deja también toda preocupación y toda cosa superflua, para seguir a Cristo desnudo en el desierto.

Capítulo 27


Los enfermos«»

La enfermedad o la vejez nos sugieren un nuevo acto de fe en el Padre, que por medio de estas penalidades nos configura más estrictamente con Cristo. Asociados así de modo especial a la obra de la Redención, nos unimos más íntimamente a todo el Cuerpo Místico.

El Prior muestre una peculiar solicitud y misericordia con los enfermos, los ancianos y los atribulados. Y lo mismo se recomienda también a todos los encargados del cuidado de los enfermos. Según las posibilidades de la Casa, suminístreseles caritativamente cuanto sea necesario y conveniente. Todos los servicios, aun los más particulares, que no puedan ellos hacerse por sí mismos, se los prestarán los demás humildemente, sintiéndose feliz aquel a quien se le mande tal cosa. Los que sufren alguna enfermedad nerviosa, particularmente gravosa en la soledad, sean ayudados todo lo posible, para que comprendan que pueden dar gloria a Dios olvidándose de sí mismos y entregándose confiadamente a la voluntad de Aquel que es Padre.

Sin embargo, es preciso recordar a los enfermos, como dice san Benito, que cuiden de no contristar a sus enfermeros pidiendo cosas superfluas o imposibles, o quizá murmurando. El recuerdo de la vocación que han abrazado les hará ver que, como hay diferencia entre un monje sano y un seglar sano, debe haberla entre un monje enfermo y un seglar enfermo. No permita Dios que con ocasión de la enfermedad se apoque su espíritu y resulte inútil la visita del Señor.

A éstos, pues, se los exhorta a considerar los sufrimientos de Cristo, a aquéllos, su misericordia. Entonces, éstos se sentirán animosos para soportar ; aquéllos, prontos para servir. Y mientras éstos consideran que se les sirve por Cristo, aquéllos, que sirven a Cristo ; ni éstos se envanecen, ni aquéllos se desaniman, esperando unos y otros del mismo Señor la recompensa de su deber, éstos, de sufrir, aquéllos, de compadecerse.

Como pobres de Cristo, nos contentaremos con el médico ordinario de la Casa o, si el caso lo pide, con algún especialista de las ciudades próximas. Si algún padre se ve obligado a recurrir a dicho especialista que no sea el médico ordinario, el Prior le puede permitir que vaya a una de las ciudades próximas designadas por los Visitadores con el consentimiento del Capítulo General o del Reverendo Padre, con tal que vuelva el mismo día. Igualmente, el Prior puede permitir que sea hospitalizado un monje, pero conviene que sea informado el Reverendo Padre.

Nuestros enfermos, dedicados a la soledad, reciben los cuidados necesarios en la propia celda, en cuanto es posible. No estamos obligados a seguir las prescripciones de algunos médicos que favorecen las salidas de Casa, o que recetan remedios o cuidados contrarios a nuestra vocación, pues sólo nosotros somos responsables ante Dios de nuestros votos. Se ha de evitar también abusar de medicinas, con detrimento de la perfección y de la misma salud corporal, y con gravamen de la Casa.

En todas estas cosas, entreguémonos con docilidad de alma a la voluntad de Dios, y recordemos que la prueba de la enfermedad nos prepara para el gozo eterno, sintiendo con el salmista : «Qué alegría cuando me dijeron : vamos a la casa del Señor».

Capítulo 28


La pobreza«»

El monje eligió seguir a Cristo pobre, para enriquecerse con su pobreza. No apoyándose en lo terreno sino en Dios, tiene su tesoro en el cielo, adonde tiende su corazón. Por consiguiente, sin considerar nada como propio, está preparado a poner gustosa y libremente en manos de su Prior todas las cosas que se le han concedido, cuantas veces éste quisiere.

Los profesos solemnes nada tienen en particular, fuera de las cosas que la Orden les concede para el simple uso. También renunciaron a la facultad de pedir, recibir, dar o enajenar alguna cosa sin permiso. Aun entre nosotros, tampoco podemos cambiar o recibir algo sin licencia.

Los profesos de votos temporales y los donados, aunque conservan la propiedad de sus bienes y la capacidad de adquirir otros, no tienen nada consigo, como tampoco los novicios. El Maestro enseñe individualmente a sus alumnos el desprendimiento de los bienes temporales y de las comodidades, y el amor a la pobreza.

Según Guigo, si a un monje le envía algún amigo o pariente ropa o algo por el estilo, no se le da a él, sino más bien a otro, para que no parezca que lo tiene como propio. Así, pues, ninguna persona de la Orden se atreva a reclamar el usufructo o cualquier otro título de propiedad sobre los libros u otra cosa adquirida por la Orden gracias a él ; mas si se le concede el uso, acéptelo con agradecimiento, no como de cosa propia sino ajena. Nadie tenga nunca dinero a su arbitrio, ni lo guarde en su poder.

Y porque el Hijo del hombre no tuvo donde reclinar su cabeza, obsérvense plenamente en nuestras celdas la sencillez y la pobreza. Retiremos de ellas con perseverante empeño lo superfluo y lo llamativo, incluso pidiendo con agrado el parecer del Prior.

No tenga nuestro vestido nada de lujoso o superfluo contrario a la sencillez y pobreza religiosa. Pues en todas estas cosas, nuestros Padres no se preocupaban sino de preservarse del frío y cubrir la desnudez, juzgando que, ciertamente, a los cartujos les corresponde la rusticidad en su ropa y en todas las demás cosas que usan. Siguiendo su espíritu, procuremos, sin embargo, que tanto la ropa como la celda de cada uno estén limpias y en buen orden.

A no ser que estemos de viaje o enfermos, componemos la cama con monástica austeridad.

Los instrumentos de cierto precio sólo se permitirán a quienes, según el juicio del Prior, parezca necesario. Los instrumentos músicos no están de acuerdo con nuestra vocación, ni los juegos, sean del género que sean. Sin embargo, para aprender nuestro canto pueden admitirse instrumentos que educan la voz o la graban. Quedan totalmente excluidos de entre nosotros los instrumentos radiofónicos.

Es tan grande la variedad de las condiciones locales, que con frecuencia lo que en un lugar es necesario resulta superfluo en otro, y así no es posible establecer una ley universal para todos. Exhortamos, pues, a los Priores que atiendan benévolos a todas las necesidades reales de sus monjes, en cuanto lo permitan los recursos de la Casa. Movidos por la caridad de Cristo, no permitan que se los pueda reprender justamente en esto, ni que, por su mezquindad, se vean los monjes inducidos al vicio de propiedad. La pobreza será tanto más grata a Dios, cuanto más voluntaria, y lo laudable no es carecer de las comodidades del mundo, sino haber renunciado a ellas.

Capítulo 29


La administración de los bienes temporales«»

El Prior no cuida cosas suyas o de los hombres, sino las de Cristo pobre, a quien habrá de dar cuenta de todo. A él le corresponde dirigir a los Oficiales y subordinados en la administración de los bienes, emplearlos con discreción, según Dios, la propia conciencia y el criterio de la Orden y de los Estatutos, y velar solícitamente para que no se malgaste nada.

El Procurador presenta al Prior recién instalado el estado de los bienes principales de la Casa, tanto muebles como inmuebles, que será firmado por el Prior y su Consejo. El acta de esta relación se guardará en el archivo de la Casa.

Para el sostenimiento de nuestras Casas determinaron nuestros Padres no fiarse en los donativos que se reciben, sino, con la ayuda del Señor, disponer de alguna renta anual fija. Pues les parecía que por beneficios inciertos no se han de asumir cargas ciertas, que, luego, no se pueden ni sostener ni abandonar sin gran peligro ; los cuales, además, sintieron horror por la costumbre de andar por el mundo pidiendo limosna.

Creemos, sin embargo, que con la ayuda de Dios nos bastarán unos recursos modestos, si persevera el empeño del antiguo propósito de humildad, pobreza y sobriedad en la comida, en el vestido y demás cosas pertenecientes a nuestro uso, y si, en resumen, el desprecio del mundo y el amor de Dios, por quien se han de soportar y hacer todas las cosas, va creciendo de día en día. A nosotros también se refieren las palabras del Señor : «No os inquietéis por el día de mañana, pues bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad primero el reino de Dios y su justicia».

Aunque la Casa puede poseer todo lo necesario para la vida de la Comunidad según la naturaleza de nuestro Instituto, se debe rehuir cualquier lujo, lucro inmoderado y acumulación de bienes, para dar testimonio de verdadera pobreza. Pues no basta que los monjes se sometan al Superior en el uso de los bienes ; es preciso que, como Cristo, sean pobres realmente, teniendo su tesoro en el cielo. No sólo se ha de evitar la suntuosidad, sino también la comodidad excesiva, para que todo en nuestras Casas tenga ese aire de sencillez característico de nuestra vocación.

Nuestros edificios sean ciertamente adecuados e idóneos para nuestro modo de vida ; pero en todas partes quede a salvo en ellos la sencillez. Porque nuestras Casas deben dar testimonio no de vanagloria o de arte, sino de pobreza evangélica.

Finalmente, exhortamos y rogamos a todos los Priores de nuestra Orden, por las entrañas de Jesucristo, Dios y Salvador nuestro, inmolado por nosotros en el leño de la Cruz, que todos se apliquen de todo corazón, según las posibilidades de sus Casas, a hacer limosnas con gran generosidad, teniendo en cuenta que cuanto despilfarren o inmoderadamente ahorren es hurtarlo a los pobres y a las necesidades de la Iglesia. Así, conservando este fin común de los bienes, imitemos a los primeros cristianos que no consideraban como propia ninguna cosa, sino que todas las tenían en común.

Capítulo 30


La estabilidad«»

El monje no ofrece a Dios la perfecta oblación de sí mismo, a menos que durante toda la vida permanezca constante en su propósito, lo que libremente promete cumplir en la Profesión solemne. Por tanto, como ésta es irrevocable, antes de hacerla piense con calma si realmente quiere entregarse para siempre a Dios.

En fuerza de la Profesión, el monje se inserta en la Comunidad como en la familia que Dios le ha dado, en la que tiene que estabilizarse en cuerpo y alma.

Cada uno, por tanto, una vez que se ha consagrado en su estado, sea padre o hermano, esmérese por perseverar y aventajarse en la vocación a la que fue llamado, para una más abundante santidad de la Iglesia, y para mayor gloria de la Trinidad, una e indivisible.

Los monjes no crean con facilidad que tienen razones de peso para pedir a sus Superiores el traslado. El espejismo y el deseo de cambios de lugar han engañado a muchos, y desdice del monje el estar tan pendiente del clima, la alimentación, el carácter de los hombres y otras particularidades por el estilo.

Sabemos cuánto favorecen a la contemplación de los divinos misterios la paciencia y la perseverancia en las condiciones de vida que el Señor nos ha señalado. Porque es imposible que el hombre centre su alma en una sola cosa, si antes no fija perseverantemente su cuerpo en un lugar ; y también la mente debe abrazarse inquebrantablemente a su vocación, para poder acercarse a Aquel en quien no hay cambio ni sombra de mudanza.