Estatutos

Capítulo 1


Prologo»

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté con todos vosotros. Amén.

Para alabanza de la gloria de Dios, Cristo, Palabra del Padre por mediación del Espíritu Santo, eligió desde el principio a algunos hombres, a quienes llevó a la soledad para unirlos a sí en íntimo amor. Siguiendo esta vocación el Maestro Bruno entró con seis compañeros en el desierto de Cartuja, el año del Señor 1084, y se instaló allí. Tanto ellos como sus sucesores, permanecieron en aquel lugar bajo la dirección del Espíritu Santo, y, guiándose por la experiencia, fueron creando gradualmente un género de vida eremítica propio, que se transmitía a sus continuadores, no por escrito, sino con el ejemplo.

Pero a instancias de otros eremitorios fundados a imitación del de Cartuja, Guigo, quinto Prior de Cartuja, puso por escrito la norma de su propósito, que todos se comprometieron a seguir e imitar, como regla de su observancia y como vínculo de caridad de la naciente familia. Mas como los Priores de la observancia cartujana pidieran insistentemente a los Priores y a los hermanos de Cartuja que se les permitiera tener en la misma Casa un Capítulo General común, se reunió el primer Capítulo General durante el priorato de Antelmo, al cual se sometieron para siempre todas las Casas, junto con la misma Casa de Cartuja. Por aquel entonces, las monjas de Prebayón abrazaron también espontáneamente el modo de vida cartujano. Éste fue el comienzo de nuestra Orden.

A partir de aquí, en el decurso del tiempo, a tenor de la experiencia y de las nuevas circunstancias, el Capítulo General iba adaptando la forma de vida cartujana, y estabilizando y explicando nuestra institución. Esta continua y esmerada acomodación de nuestras costumbres acrecentó progresivamente el conjunto de nuestras Ordenaciones. Por eso, el año del Señor 1271, el Capítulo General reuniendo en uno lo principal sacado de las Costumbres de Guigo, de las ordenaciones de los Capítulos Generales y de los usos de la Gran Cartuja tomados en conjunto, promulgó los Antiguos Estatutos. A éstos se añadieron el año 1368 otros documentos, que se denominaron Nuevos Estatutos ; añadidos también documentos en el año 1509, se llamaron Tercera Compilación.

Existiendo, pues, tres colecciones, con ocasión del Concilio Tridentino fueron redactadas en un solo cuerpo, lo que llamamos la Nueva Colección de los Estatutos. Su tercera edición fue aprobada en forma específica por la Constitución Apostólica Iniunctum Nobis del Papa Inocencio XI. Una nueva edición, otra vez examinada y acomodada a las prescripciones del Código de Derecho Canónico entonces en vigor, fue aprobada también en forma específica por el Papa Pío XI en la Constitución Apostólica Umbratilem.

Por mandato del Concilio Ecuménico Vaticano II, se emprendió una adecuada renovación de nuestro género de vida, según la mente de los decretos del mismo Concilio, guardando como algo muy sagrado nuestro retiro del mundo y los ejercicios propios de la vida contemplativa. Por ello, el Capítulo General del año 1971 aprobó los Estatutos Renovados, una vez examinados y corregidos con la cooperación de todos los miembros de la Orden.

Sin embargo, para concordarlos con el Código de Derecho Canónico, promulgado en el año 1983, los susodichos Estatutos, nuevamente revisados, se han dividido en dos partes, de las cuales, la primera que comprende los libros primero, segundo, tercero y cuarto, contiene las Constituciones de la Orden. Nosotros, pues, los humildes hermanos, Andrés, Prior de Cartuja, y todos los demás con potestad en el Capítulo General del año 1989, aprobamos y confirmamos estos Estatutos.

Mas no por ello queremos relegar al olvido los Estatutos anteriores, sobre todo los más antiguos, sino que se mantenga vivo su espíritu en la presente observancia, aunque ya no conserven fuerza de ley.

Finalmente, exhortamos a todos los profesos y aspirantes de nuestra Religión, y les rogamos encarecidamente por la misericordia y bondad de Dios (quien con tanta clemencia se ha dignado ayudar, dirigir y proteger a nuestra familia cartujana, desde sus comienzos hasta el día de hoy, proveyéndonos en abundancia de cuanto conduce a nuestra salvación y perfección), que cada uno en nuestra vocación y oficio, nos esforcemos por corresponder con la mayor gratitud posible a tan paternal liberalidad y benevolencia de Dios nuestro Señor. Lo que cumpliremos, si de tal modo nos dedicamos fiel y solícitamente a la observancia regular contenida en los presentes Estatutos, que, recta y debidamente instruido y perfeccionado por estas disposiciones nuestro hombre exterior, en el hombre interior busquemos al mismo Dios con mayor fervor, lo hallemos con más prontitud y lo poseamos más perfectamente. Y así, con la ayuda del Señor, podamos llegar a la perfección de la caridad, fin de nuestra profesión y de toda vida monástica, y alcanzar después la bienaventuranza eterna.

Capítulo 2


Elogio de Guigo a la vida solitaria«»

Los monjes que alabaron la soledad quisieron dar testimonio del misterio cuyas riquezas experimentaban, y que sólo los bienaventurados conocen plenamente. Allí se lleva a cabo un gran misterio, esto es, de Cristo y de la Iglesia, cuyo eminente ejemplar lo encontramos en María Santísima ; el cual está también enteramente oculto en toda alma fiel, y la soledad tiene la virtud de revelarlo más profundamente.

En el presente capítulo, pues, tomado de las Costumbres de Guigo, hemos de ver algunos destellos del alma de aquel que tuvo por misión del Espíritu codificar las primeras leyes de nuestra Orden. Porque estas frases del quinto Prior, según el antiguo sentido alegórico de la Sagrada Escritura rectamente entendidas, tocan una verdad sublime que nos une a nuestros Padres en la fruición de la misma gracia.

En la recomendación de la vida solitaria, a la que estamos llamados por vocación especial, seremos breves, por conocer las muchas alabanzas que le han tributado tantos varones santos y sabios, y de tanta autoridad que no nos consideramos dignos de pisar sus huellas.

Ya sabéis cómo en el Antiguo y, sobre todo, en el Nuevo Testamento, casi todos los más profundos y sublimes misterios fueron revelados a los siervos de Dios no entre el tumulto de las muchedumbres, sino estando a solas, y cómo los mismos siervos de Dios, cuando querían sumirse en una meditación más profunda, o dedicarse a la oración con más libertad, o enajenarse de las cosas terrenas por la elevación del alma, casi siempre se apartaban del ruido de las muchedumbres y buscaban las ventajas de la soledad.

De aquí que, para tocar de algún modo el tema, Isaac sale a solas al campo a meditar, y es de creer que esto no fue en él algo aislado, sino de costumbre ; que Jacob, enviando todas sus cosas por delante, se queda a solas, ve a Dios cara a cara, y a la vez por la bendición y la mutación del nombre en mejor se torna dichoso ; alcanzando más en un momento solo que durante toda la vida acompañado.

También nos atestigua la Escritura cuánto amaban la soledad Moisés, Elías, y Eliseo, cuánto crecieron por ella en la comunicación de los secretos divinos ; y hasta qué punto incesantemente corrían peligro entre los hombres, y eran visitados por Dios cuando estaban solos.

Jeremías se sienta solitario, porque se halla penetrado de la cólera de Dios. Pidiendo que se dé agua a su cabeza y a sus ojos una fuente de lágrimas para llorar a los muertos de su pueblo, solicita también un lugar donde poder ejercitarse más libremente en obra tan santa, diciendo : «¿Quién me dará en la soledad un albergue de caminantes ?», como si no le fuera posible vacar a este ejercicio en la ciudad, indicando de este modo cuánto impide la compañía el don de lágrimas. Asimismo, cuando dice : «Bueno es esperar en silencio la salvación de Dios», para lo cual ayuda mucho la soledad, añadiendo luego : «Bueno es para el hombre el haber llevado el yugo desde su mocedad», con lo cual nos da un motivo de gran consuelo, pues casi todos hemos abrazado este género de vida desde la juventud. Y dice también : «Se sentará solitario y callará, porque se elevará sobre sí mismo» ; significando casi todo lo mejor que hay en nuestro Instituto : quietud y soledad, silencio y deseo de los dones más elevados.

Después da a conocer qué alumnos forma esta escuela, diciendo : «Dará su mejilla a quien lo hiriere y se saciará de oprobios». En lo primero brilla una paciencia suma, y en lo segundo una perfecta humildad.

También Juan Bautista, el mayor de los nacidos de mujer según el panegírico del Salvador, puso en evidencia cuánta seguridad y utilidad aporta la soledad. El cual, no sintiéndose seguro ni por los oráculos divinos que habían predicho que, lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, habría de ser el precursor del Señor en el espíritu y la virtud de Elías, ni por las maravillas de su nacimiento, ni por la santidad de sus padres, huyendo de la compañía de los hombres como peligrosa, eligió los apartados desiertos como más seguros, ignorando cualesquiera peligros y la muerte, por tanto tiempo cuanto habitó solo en el desierto. Cuánta virtud adquirió allí y cuánto mérito, lo demostró el bautismo de Cristo y la muerte sufrida por defender la justicia. Se hizo tal en la soledad, que sólo él fue digno de bautizar a Cristo que todo lo purifica, y de afrontar la cárcel y la muerte en defensa de la verdad.

El mismo Jesús, Dios y Señor, aunque su virtud no podía verse favorecida por el retiro ni impedida por el público, sin embargo, para instruirnos con su ejemplo, antes de comenzar su predicación y sus milagros quiso someterse a una especie de prueba de tentaciones y ayunos en la soledad. De él dice la Escritura que, dejando la compañía de sus discípulos, subía al monte a orar a solas. E inminente ya el tiempo de la Pasión, dejó a los Apóstoles para orar solitario, dándonos con esto el mejor ejemplo de cuánto aprovecha la soledad para la oración, cuando no quiere orar acompañado ni de sus mismos Apóstoles.

Aquí no pasemos en silencio un misterio que merece toda nuestra atención : que el mismo Señor y Salvador del género humano se dignó mostrarnos por sí mismo el primer modelo vivo de nuestro Instituto, al permanecer así solitario en el desierto vacando a la oración y a los ejercicios de la vida interior, macerando su cuerpo con ayunos, vigilias y otros frutos de penitencia, venciendo las tentaciones y superando a nuestro adversario con armas espirituales.

Ahora considerad vosotros mismos cuánto aprovecharon en su espíritu en la soledad los santos y venerables padres, Pablo, Antonio, Hilarión, Benito, y tantos otros innumerables, y comprobaréis que la suavidad de la salmodia, el amor por la lectura, el fervor de la oración, la profundidad de la meditación, la elevación de la contemplación y el bautismo de las lágrimas con nada se pueden favorecer tanto como con la soledad.

Pero no os contentéis con los pocos ejemplos aquí citados en elogio de nuestro modo de vida, sino vosotros mismos id recogiendo otros muchos, tomados de vuestra experiencia cotidiana o de las páginas de la Sagrada Escritura.