Colonia y Reims
Maestro Bruno era alemán 1. Nació hacia 1030, en la ilustre ciudad de Colonia, en el seno de una familia de padres de buena reputación 2. Joven aún, fue nombrado canónigo de la iglesia de San Cuniberto. Muy pronto se trasladó a Reims para estudiar en la célebre escuela catedralicia, otrora ilustrada por el erudito Gerbert d’Aurillac (futuro papa Silvestre II). Allí recibió una sólida formación tanto en las letras seculares como en la literatura sacra 2.
Bruno se convirtió en canónigo de la catedral de Reims, situada en primer lugar entre las Iglesias de la Galia 2. En 1056 fue nombrado rector de estudios de su escuela, una de las más prestigiosas de su tiempo. Dirigió allí la enseñanza durante más de veinte años, destacándose por su cultura, sus cualidades pedagógicas y el afecto que prodigaba a sus alumnos.
En 1069 fue elegido un arzobispo indigno, que había comprado conciencias, Manasés de Gournay. Este mostraba una avidez insaciable por los bienes temporales, principalmente por aquellos sobre los que no tenía derecho alguno. Comenzó entonces entre algunos canónigos íntegros -entre ellos Bruno- y Manasés una larga disputa. Gregorio VII puso fin a este desorden en diciembre de 1080 y depuso al arzobispo, dando la orden de expulsarlo y de elegir a otro en su lugar.
Bruno, maestro honesto de la Iglesia de Reims, 3 era uno de los candidatos más prominentes; él, que había sido juzgado digno de sufrir persecución por el Nombre de Jesús 2. Pero le había llegado la hora de responder a un llamado más alto y de dejar el mundo.
Cartuja
Bruno abandonó entonces todos sus bienes, los honores vinculados a su cargo, los falsos encantos y las riquezas efímeras de este mundo. Ardiendo en amor divino 4, dejó las sombras fugitivas del siglo para dedicarse a la búsqueda de los bienes eternos y recibir el hábito monástico 2.
En junio de 1084, Bruno, muy célebre por su piedad y su cultura, imagen ideal de la nobleza de alma, de seriedad y de gran perfección, se presenta ante el joven obispo de Grenoble Hugo.
Traía como compañeros a maestro Landuino, que después de él fue prior de Cartuja; a los dos Esteban, el de Bourg y el de Die -habían sido canónigos de San Rufo pero deseando la vida solitaria, y con la autorización de su abad, se habían unido a Bruno-; a Hugo, a quien llamaban el capellán, pues era el único entre ellos que ejercía las funciones sacerdotales; y a dos laicos, a los que llamamos conversos, Andrés y Guerín. Buscaban un entorno apropiado para la vida eremítica, el cual no habían aún hallado.
Llegaron movidos por esta esperanza y atraídos por el dulce perfume de la santa existencia del obispo. Éste los recibió con alegría e incluso con respeto, habló con ellos y cumplió sus deseos. Siguiendo sus consejos, con su ayuda y en su compañía, fueron al desierto de Cartuja y construyeron allí un monasterio.
Hacia aquella época, Hugo había visto en sueños a Dios construir una morada para su gloria en el desierto; también había visto siete estrellas que le mostraban el camino. Y, puesto que eran siete, abrazó de buen grado el proyecto 5.
La vida en Cartuja
En su infinita bondad, que nunca cesa de proveer a las necesidades e intereses de su Iglesia, Dios 6 había, pues, elegido a Bruno, hombre de eminente santidad, para devolver a la vida contemplativa el resplandor de su pureza original 2. Con ese propósito fundó y gobernó el eremitorio de Cartuja durante seis años 1, impregnándolo profundamente de su espíritu 7 y dándoles en su persona una regla viviente a sus hijos.
San Pedro el Venerable, ilustre abad de Cluny y gran amigo de los cartujos, da una descripción de este tipo de vida, semejante al de los Padres del Desierto: «Allí no cesan de dedicarse al silencio, a la lectura, a la oración y también al trabajo manual, sobre todo a la copia de libros. Es en sus celdas que a la señal dada por la campana de la iglesia cumplen con una parte de la oración canónica. Para Vísperas y Maitines todos se reúnen en la iglesia. Ciertos días de fiesta cambian este ritmo de vida… Toman entonces dos comidas, cantan en la iglesia todas las Horas regulares y todos sin excepción toman la comida en el refectorio» 8.
De esta vida consagrada a Dios, retirada del mundo, san Bruno ha dejado algunas impresiones encendidas:
«Cuánta utilidad y gozo divino traen consigo la soledad y el silencio del desierto a quien los ama, sólo lo conocen quienes lo han experimentado. […] Aquí se adquiere aquel ojo cuya límpida mirada hiere de amor al divino Esposo y cuya pureza permite ver a Dios» 9.
Roma
Pero ocurrió un acontecimiento inesperado: seis años después de la llegada de Bruno a Cartuja, en 1090, el papa Urbano II, su antiguo alumno 1, lo hizo llamar para que lo asistiese con su colaboración y sus consejos en la gestión de los asuntos eclesiásticos 2. Bruno obedeció, con el alma dolorida, dejó a sus hermanos y se encaminó a la Curia romana 2.
Sus hermanos no creyeron ser capaces de continuar sin él y se dispersaron; pero Bruno los animó y logró hacerlos volver. Sin embargo, Bruno no pudo soportar la agitación y las costumbres de la Curia 2.
Deseoso de recuperar la soledad y la tranquilidad perdidas, dejó la corte pontificia. Habiendo rechazado el arzobispado de Reggio, para el cual había sido designado por deseo del Papa, se retiró a un yermo de Calabria denominado La Torre 2.
Calabria
Bruno pasó el resto de su vida rodeado de un gran número de laicos y de clérigos 1. Gracias al generoso apoyo del conde Rogerio, príncipe normando de Calabria y de Sicilia, pudo llevar a cabo su proyecto de vida solitaria 2.
Bruno le escribió a su amigo Raúl, preboste del Capítulo de Reims, una notable carta en la que evoca el nuevo eremitorio, llamado Santa María de La Torre:
«Vivo en un desierto situado en Calabria y bastante alejado de todo poblado; estoy allí con mis hermanos religiosos, algunos de los cuales están llenos de ciencia; montan una guardia santa y perseverante, esperando el regreso de su Maestro, para abrirle apenas llame» 10.
Landuino, prior de Cartuja, lo visitó para discutir con él cosas de interés común relativas al establecimiento de la vocación cartujana. En aquella ocasión Bruno, con bondad paterna, dirigió una carta a sus amadísimos hijos de Cartuja:
«Fray Bruno, saluda en el Señor, a sus hijos ardientemente amados en Cristo.
Me he enterado del inflexible rigor de vuestra observancia razonable y digna de todo elogio, gracias al detallado y consolador relato que me ha hecho nuestro tan afortunado hermano Landuino; le he escuchado contarme vuestro santo amor y vuestro incansable celo por la pureza de corazón y la virtud. Por este motivo, mi espíritu exulta en el Señor. Alegraos, pues, mis carísimos hermanos, por vuestra feliz suerte y por la abundancia de gracias que Dios ha prodigado en vosotros.
Alegraos de haber escapado de las tumultuosas aguas del mundo, y de todos sus peligros y naufragios.
Alegraos de haber llegado a poseer el sosiego y la seguridad, anclando en el más resguardado puerto» 11.
El fiel Landuino murió en su camino de vuelta a Cartuja, pero la carta llegó a sus destinatarios.
Muerte y glorificación
En Calabria, Bruno se aplicó mientras vivió a la vocación de la vida solitaria. Allí murió, alrededor de once años después de su partida de Cartuja1, rodeado del amor y de la veneración de sus hermanos. Éstos enviaron una carta encíclica en toda Europa para anunciar a las iglesias y monasterios el fallecimiento de Bruno, y pedir sufragios en su favor.
« Sabiendo que su hora había llegado de pasar de este mundo a su Señor y Padre, convocó a sus hermanos, pasó revista de todas las etapas de su vida desde su infancia, y recordó con agudeza los eventos notables de su tiempo. Luego expuso su fe en la Trinidad en un discurso prolongado y profundo. Y así, el domingo siguiente, 6 de octubre del año 1101 de nuestro Señor, su alma santa dejó su carne mortal »12.
Hombre sediento de Dios, seducido por el absoluto, pero siempre discreto, su epitafio traza un hermoso retrato de su equilibrio y de su radiante personalidad:
« En muchas cosas Bruno debía ser alabado, pero sobre todo en ésta:
varón siempre igual a sí mismo, en esto fue singular.
Tenía siempre el rostro alegre, y la palabra comedida.
Tras el rigor de un padre, manifestaba entrañas de madre.
Nadie lo encontró altanero, sino manso como un cordero.
En una palabra, él fue en esta vida el verdadero israelita [un hombre sin engaño] » 13.
*
La reputación de santidad de Maestro Bruno se extendía lejos. El hermano converso que llevaba la carta encíclica pudo constatar que en todas partes, Francia, Italia, Inglaterra, el antiguo maestro y fundador de los cartujos era conocido y venerado. Recogió 178 elogios o títulos fúnebres, la mayor parte en verso, los cuales constituyen un notable panegírico y muestran el lugar que tenía entre sus contemporáneos.
Los siglos pasaban, la Orden se extendía, y el mundo cristiano se extrañaba, con razón, que los cartujos no pidieran a la Santa Sede la canonización de su fundador. Éstos, en efecto, se contentaban de seguir sus huellas, y en coherencia con su vocación de vida escondida, no habían postulado nunca tal cosa por uno de los suyos… pero una excepción se imponía.
El Capítulo General de la Orden de 1514, bajo la dirección del Reverendo Padre general Dom Francisco du Puy, hombre brillante y cultivado, decidió que se harían las gestiones necesarias. La Orden de la Cartuja se encontraba en su apogeo; contaba alrededor de 5600 religiosos, monjes y monjas, distribuidos en 198 monasterios dispersos por toda Europa, hasta Suecia y Hungría. León X acogió con bondad la solicitud de los cartujos, confirmó su solidez, y el 19 de julio de 1514 autorizó la fiesta litúrgica de Bruno de Colonia por lo que se llama una « canonización equipolente », es decir, por un decreto de su propia autoridad sin pasar por el tradicional proceso de canonización. Esta inscripción de Bruno en el catálogo de los Santos, y más tarde, en 1623, la extensión de su fiesta a la Iglesia universal, suscitaron un renovado interés por su figura espiritual.
Su paternidad permanece viva.
DVD Saint Bruno, Père des Chartreux (extractos)
- Crónica Magister.
- Idem.
- Hugo de Die, Epistola Hugonis Diensis ad papam, PL 148, 745.
- San Bruno, Carta a Raúl el Verde, § 13.
- Guigo I, Vida de san Hugo, § 16.
- S.S. Pío XI, Constitución Apostólica Umbratilem.
- S.S. Pío XI, Umbratilem.
- Pedro el Venerable, Liber de Miraculis, Lib. II, ch. 27, PL 189, 943.
- San Bruno, Carta a Raúl el Verde, § 6.
- San Bruno, Carta a Raúl el Verde, § 4.
- San Bruno, Carta a sus hijos cartujos, § 1-2.
- Carta encíclica de los ermitaños de Calabria.
- Tituli funebres, § 1.