1. El desierto
Las monjas y monjes cartujos están llamados a buscar a Dios en la soledad y el silencio, en el marco de una pequeña comunidad que sostiene esta búsqueda. San Bruno, ardiendo en amor divino, abandonó las realidades efímeras de este mundo para adherirse únicamente a lo eterno. Para adentrarse en una cartuja es necesario tener la certeza íntima de que en el seno de la soledad se esconde un amor incomparable, un amor que ningún otro puede superar. En la carta a su amigo Raúl, san Bruno ha descrito su experiencia del desierto :
Aquí pueden los hombres esforzados recogerse en su interior cuanto quieran, morar consigo mismos ; cultivar con esmero los gérmenes de las virtudes y alimentarse deliciosamente de los frutos del paraíso. Aquí se procura adquirir el ojo cuya serena mirada hiere al Esposo con aquel amor puro y transparente que ve a Dios.
Aquí se vive un ocio activo, se reposa en una sosegada actividad. Aquí, por el esfuerzo del combate, concede Dios a sus atletas la ansiada recompensa : la paz que el mundo ignora y el gozo en el Espíritu Santo.
La soledad y la espiritualidad del desierto implican una separación efectiva del mundo para que la vida de oración pueda desarrollarse libremente, ya que Dios nos ha seducido y conducido al desierto para hablar a nuestro corazón (Oseas 2,16). Nuestra soledad está protegida por tres separaciones por una parte exteriores, pero cada vez más interiores: soledad del desierto, soledad en el recinto de la clausura y soledad en el secreto de la celda.
Esta triple protección es necesaria para que la monja pueda realizar en plenitud su deseo más profundo: llegar a ser el corazón adorante de la Iglesia y el corazón amante de la humanidad. En este marco de vida solitaria, puede elevar al cielo su alabanza a Dios y presentar las necesidades de sus hermanos, los hombres, en el don total de sí misma.
Para referirnos al marco geográfico delimitado que rodea y protege la soledad y el silencio del monasterio, nos gusta utilizar el término « desierto ». Las cartujas se construyen en lugares tan solitarios como es posible, con frecuencia montañosos y de una gran belleza. El desierto separa, pero también acerca. Dios nos habla ya a través de la belleza de la creación que dilata nuestro corazón.
Cada semana, durante el « espaciamiento », hacemos una larga marcha fuera del monasterio. No sobrepasamos los límites de lo que se considera nuestro « desierto », ¡pero eso puede ya suponer unos cuantos kilómetros !
2. La clausura
Símbolo de esa soledad que buscamos es nuestra clausura estricta. La monja cartuja no tiene como misión el servicio social ni la educación, ni siquiera la acogida de huéspedes. Habitualmente vive en el interior de los muros del monasterio, que con frecuencia cuenta con varias hectáreas. La clausura consiste en vivir en el interior de un recinto del que no se sale más que por razones excepcionales, o para el « espaciamiento ». Esta costumbre multisecular está aprobada por la Ley de la Iglesia. Es un « recinto sagrado » que expresa visiblemente nuestra pertenencia exclusiva al Señor (S. Juan Pablo II, ‘La Vida Consagrada’, n. 59). Se puede evocar la vuelta al jardín, en el que el primer ser humano oía la voz del Padre (Génesis 3,8), o el desierto al que el Señor llamaba a su profeta para mostrarle su gloria (1R 19, 5-13). Pero es también el jardín de Getsemaní donde tiene lugar el don total de sí en la oscuridad (Mateo 26, 36-40), en espera del jardín de Pascua donde Jesús llamará a cada una de nosotras por su nombre (Juan 20, 11-18).
La clausura crea un medio ambiente favorable (Cor Orans, n. 156) lugar privilegiado de encuentro, manera de vivir la Pascua del Señor y de mantener el corazón constantemente vuelto hacia Él.
En la cartuja, la clausura, separación del mundo, implica una gran discreción en relación a los medios de comunicación social. No tenemos ni televisión ni radio, y el uso del Internet y del teléfono se limita a las monjas que deben cumplir un servicio en el monasterio. La correspondencia por carta es escasa y se limita a las personas más allegadas. Sin embargo, cada año las recibimos en la hospedería del monasterio durante dos días. Con el tiempo, nosotras mismas y nuestras familias, experimentamos generalmente que se ha creado un vínculo que no se alimenta de contactos frecuentes, pero que en sí es más profundo.
3. La celda
El eremitorio o celda, consiste, de hecho, en una pequeña casa con su jardín. Tiene todo lo necesario para vivir y trabajar en soledad, sin necesidad de salir. Ese es el universo de la monja cartuja. Comidas, sueño, trabajo, lectura, oración no suelen tener otro marco habitualmente. Este es el lugar de la Presencia, de la oración solitaria, del trabajo solitario…
¿Las horas no parecen interminables y los días no son pesados? Lo serían si la monja estuviera sola consigo misma. Pero no está sola. Ella ama. Ama a un Dios escondido, es cierto, pero cuya presencia cierta le llena de vida y de alegría.
Pero, si Dios parece desaparecer, ¿qué será de ella? ¿Cómo soportar la soledad, el desierto? Por Él, ha dejado todo, sin Él sólo queda la sed. Jesús ha vivido en el desierto por el Espíritu. La tentación le ha asaltado. Él la ha vencido, y da fuerza a la que la sufre. Contando con su palabra y por amor, la monja se ha puesto en camino. Por su palabra y por amor, ella permanece. Espera el día.
Su fe le dice que Dios le habla siempre en la Biblia. Cristo, en su Evangelio. Cristo, en sus hermanos, en todas sus hermanas. Sabe que el silencio de María, que meditaba todas las cosas en su corazón, es una fuente inagotable de luz y de fuerza. Le ayuda a encontrar a Dios escondido en lo cotidiano.
¿Lo cotidiano? A lo largo de los días, sólo minucias: hacer una costura, abrir un libro, tomar una comida. Simple, pero Dios está allí. En el taller de Nazareth no había más que tablas y virutas, y Dios estaba allí. La monja lo cree con todas sus fuerzas. Pone toda su atención en la costura, en el libro, en la comida. ¿Le dirá Dios que es así como hace sus delicias? Él lo dice, pero en un silencio tal que con frecuencia ella no puede oírlo. Lo sabe por fe. Como María.
¿Quien va a asegurar a la monja que no se extravía en su desierto? ¿Qué nube la guiará? La esperanza está bien afianzada en ella : cree que Dios puede sacar el bien del mal, para su gloria. Jesús en oración en el desierto o en la montaña, estaba totalmente entregado al amor de su Padre en el Espíritu, totalmente entregado al amor de los hombres. La monja cartuja hace presente ese misterio. Sus labios murmuran los salmos y ella sabe que así expresa toda la suplica y la alabanza del Hijo del Hombre, todo el sufrimiento y las alegrías humanas. En Jesús sufre por cada sufrimiento. En Él, resucita y hace surgir las semillas de resurrección depositadas en el universo. Súplica y alabanza. En su celda resuenan las necesidades del mundo.
Como les gustaba decir a algunas monjas ancianas :
« Dios vendrá a tu encuentro y hará de tu vida en soledad un lugar privilegiado de comunión ».
« Poco a poco todo nos abandona, pero Dios viene… »