La liturgia es la parte más noble de la vida de una comunidad de monjas cartujas, pequeña ‘iglesia cartujana’, la cual se enraíza en la celebración cotidiana de la Eucaristía. Ésta es la cumbre de nuestra vida, hacia la cual confluyen todos los aspectos de nuestra observancia, que nos conducen al Padre en y por Cristo y establece entre nosotras la comunión más íntima.
El Oficio divino es su prolongación. En toda la liturgia es Cristo quien ora a través de nosotras como nuestro Sacerdote. Nuestras voces son su propia voz que nos asocia con toda la Iglesia, su Esposa, al himno de alabanza que él dirige a su Padre. Es en nombre de todos que, día y noche, permanecemos en presencia del Dios vivo.
Toda la vida de las monjas cartujas está ritmada por la celebración cotidiana de la liturgia. A imagen de nuestra vocación, a la vez solitaria y comunitaria, nuestra liturgia se divide entre los oficios en la iglesia y los oficios ofrecidos en el secreto de la celda.
En la iglesia, en el silencio de la noche, celebramos los oficios de Maitines y Laudes, que se prolongan durante cerca de dos horas, y el oficio de Vísperas, que nos introduce a la soledad del final de la tarde en la celda. Esos oficios son cantados según las antiguas melodías gregorianas, las cuales ocupan un lugar importante. Desde el comienzo de nuestra Orden, los cartujos han hallado en ese canto una inspiración que fomenta la interioridad.
Celebramos en la soledad de las celdas, y al mismo tiempo, las otras Horas canónicas del Oficio o « Horas Menores » (Tercia, Sexta, Nona). Cada oficio va precedido por el de la Santísima Virgen María, llamado también Oficio « de Beata ». Concientes de nuestras flaquezas, recurrimos a la protección maternal de María, que nos prepara a la oración, y le ofrecemos las primicias de nuestra alabanza.
Cuando cantamos y salmodiamos, estamos en comunión estrecha con nuestros hermanos cartujos, que celebran la misma liturgia, y con ellos queremos ser esos adoradores en espíritu y en verdad que busca el Padre.
Nuestra vida entera tiende a transformarse en una liturgia ininterrumpida. Ésta se hace más explícita cuando ofrecemos la oración comunitaria y la oración en soledad. La monja se convierte así en un signo de la Iglesia que alaba y canta a su Señor, que intercede y suplica por sus hermanos y hermanas en humanidad; que perdona y espera; que contempla y ama; que espera la venida del Esposo.
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Las monjas cartujas rezan los oficios y la santa misa con los mismos libros litúrgicos que los monjes. La salmodia se canta en latín o en vernáculo según las casas, pero las melodías de la misa y de los antifonarios de día y de noche son la antigua tradición gragoriana de los orígenes de la Orden. Cantadas por voces de mujeres, toman una coloración particular y una ligereza características.