La Vocación

«Hablábamos un buen rato de los falsos atractivos del mundo, de sus riquezas perecederas y de los goces de la vida eterna. Entonces, ardiendo en amor divino, prometimos, hicimos voto y decidimos abandonar en breve las sombras fugaces del siglo para captar los bienes eternos, y recibir el hábito monástico.»
(San Bruno)

I. Una vocación, dos modalidades

Desde los orígenes, la vocación cartujana comprende padres y hermanos. San Bruno llegó al desierto de Cartuja con seis compañeros, entre ellos cuatro clérigos y dos hermanos conversos, encargados sobre todo de los trabajos para el mantenimiento de la comunidad que los padres en sus celdas no podían realizar. En Calabria, al momento de su muerte, dicha fórmula estaba bien consolidada: una comunión de padres y hermanos, viviendo ambos, bajo modalidades diversas, la vocación contemplativa cartujana.

Esta vocación monástica se caracteriza por la búsqueda de Dios en el silencio de la soledad; pero no somos ermitaños puros sino una comunión de solitarios. La vida solitaria ocupa un gran lugar en la vida de un cartujo, y la vida en común tiene como objetivo precisamente facilitar la orientación total hacia Dios a través del tiempo. En este marco fraterno las tareas de la casa están distribuidas sabiamente. La vida fraterna ofrece un apoyo humano necesario a nuestra naturaleza, y permite ejercitar y verificar la primera de las virtudes cristianas: la caridad.

Los monjes Padres :

Los monjes del claustro viven la mayor parte del tiempo en su celda. Es su baluarte para vivir con Dios: allí cada uno reza, estudia, come, trabaja y duerme. Pero que no se malinterprete: se trata de una verdadera casita, con su taller y su jardín. En efecto, los monjes de claustro no pueden salir de su celda sin permiso, fuera de las ocasiones previstas por la regla.

Los monjes que viven en el claustro son todos sacerdotes o destinados a serlo. Los estudios eclesiásticos se realizan en el monasterio. Están encargados en particular de la celebración de la liturgia, que ocupa un lugar importante en la vida cartujana. La responsabilidad de los oficios litúrgicos recae sobre ellos, y para tal fin deben ser capaces de cantar.

Los padres tienen un paseo semanal donde pueden conversar libremente, de dos en dos, así como una recreación igualmente semanal, los domingos; son elementos importantes para el equilibrio de su vida, mitigando la sobriedad de su vida solitaria con los encuentros fraternos.

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Los monjes Hermanos :

Los monjes hermanos llevan también una intensa vida de oración, pero más simplificada. Tienen a cargo los múltiples servicios necesarios para el buen funcionamiento de la casa: cocina, huerta, costura, diversas tareas de mantenimiento, etc. No son sacerdotes, pero participan sin embargo en la liturgia comunitaria.

También tienen su propia celda, pero más pequeña, ya que trabajan una buena parte del día fuera de ella en los diferentes servicios. Su marco de vida es el recinto del monasterio. Siguen una formación doctrinal y monástica adaptada.

Los hermanos también tienen paseos y recreaciones, pero más espaciados que los de los padres, ya que tienen menos necesidad debido a su trabajo fuera de la celda. Varias veces al año tienen encuentros con los padres, lo que favorece la unión de toda la comunidad.

En el modo de vida de los hermanos existen dos opciones posibles: la de los conversos y la de los donados. Los hermanos conversos hacen los mismos votos religiosos que los padres, por lo que su compromiso, sus derechos y deberes religiosos son los mismos. Los donados, por el contrario, no hacen votos, sino que por amor a Dios se entregan al servicio de la Orden mediante un compromiso recíproco. Tienen costumbres propias y están sujetos a menos observancias, realizando a menudo tareas más difícilmente compatibles con las obligaciones de los conversos. Esta forma de vida es una posibilidad para quienes, por alguna razón, no pueden abrazar la vida de hermano converso.

Las vocaciones de padres y hermanos son complementarias: se sostienen mutuamente. Por otra parte, la vocación de hermano ha experimentado una evolución positiva en los últimos tiempos: en el pasado, a menudo analfabetos, eran considerados a veces como sirvientes; hoy, por el contrario, no es raro ver a hermanos que han seguido una formación de tipo universitario. Al no sentirse llamados al sacerdocio, desean llevar una vida consagrada prioritariamente a la oración, pero con una parte de trabajo manual al servicio de la comunidad. Esto ha enriquecido su vocación.

Folleto a descargar : Pequeña noticia sobre los Hermanos cartujos

II. El discernimiento de la vocación

1. La llamada

La vocación es un misterio. Toda forma de vida religiosa responde a una llamada de Dios. En el Evangelio, al joven que le pregunta por una vida más perfecta, Jesús le dice: «Ve, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres: así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme» (Mt 19, 16-21). La vocación es la forma que toma la llamada personal de Dios para cada uno. Lo que importa es hacer la voluntad de Dios, esta es nuestra felicidad. Y si el Señor llama, él da la gracia.

La vocación cartujana se caracteriza por el equilibrio de dos elementos fundamentales: la soledad por Dios, en un marco de vida común. Sin embargo, nuestros Estatutos son claros: «Para ser verdaderamente cartujo, no basta querer; se requiere además, junto con  el amor a la soledad y a nuestra vida, ciertas aptitudes físicas y psíquicas particulares, por donde se puede reconocer la llamada divina… No basta que el solitario esté ocupado en la celda y persevere honorablemente en ella hasta la muerte; se pide aún más: un espíritu de oración y de plegaria» (Estatutos 9.3 y 5).

Porque la vida cartujana, totalmente orientada a la contemplación, requiere evidentemente un vivo deseo de entregarse a Dios por sí mismo. Sería imposible sin una relación personal viva con Cristo. Asímismo, esta vida requiere una atracción por la soledad y el silencio como medios para alcanzar este objetivo. «Si faltasen la vida con Cristo y la unión íntima del alma con Dios, de poco servirá la fidelidad en las ceremonias y la misma observancia regular: nuestra vida podría ser justamente comparada a un cuerpo sin alma» (Estatutos 9.5). La vida cartujana es equilibrada y sana, a condición de dejarse guiar fielmente por sus exigencias particulares.

En el discernimiento de la vocación hay dos vertientes importantes y complementarias: por una parte, la motivación sobrenatural y el sentimiento del candidato; por otra, la posesión o no de las aptitudes morales, psíquicas, físicas, intelectuales para llevar concretamente este tipo de vida. Juntos, estos dos pilares indicarán si el candidato tiene vocación o no. Sin embargo, incluso si el candidato está convencido de estar llamado a la vida cartujana, la decisión final está reservada a aquellos que la conocen bien, los responsables del instituto: primero el formador que acompaña al candidato, luego el prior que lo recibe, así como la comunidad, que está llamada a votar en cada etapa de la formación.

Para ser apto para vivir en la celda, es necesario tener un temperamento bien equilibrado, un juicio recto, sentido común, un carácter franco y abierto. Pero al mismo tiempo se necesita una cierta aptitud para la vida en común: un carácter sociable y dócil (capaz de dejarse guiar y formar). Para poder sobrellevar el peso de la observancia, también se requiere una buena salud general, así como un temperamento no demasiado nervioso y un buen dormir. Para los padres es indispensable un mínimo de aptitud para el canto.

Además, es necesaria una cierta madurez humana, que permita afrontar las exigencias de la soledad a largo plazo. Por lo tanto, no aceptamos candidatos hasta que cumplan los veinte años. No obstante, hay que ser lo suficientemente joven para ser capaz de adaptarse fácilmente a nuestro estilo de vida, y lo suficientemente flexible como para recibir la formación. La edad límite de recepción es de cuarenta y cinco años. Es muy deseable haber terminado los estudios, o haber demostrado estabilidad en la profesión. Es necesario estar libre de vínculos matrimoniales y no tener ni deudas ni responsabilidades para con terceros.

2. Los primeros contactos

Se trata de una etapa preliminar importante. Cuando, tras reflexionar y rezar, un candidato se siente llamado y considera seriamente la posibilidad de una vocación cartujana, debe ponerse en contacto con una cartuja de su elección. Debe darse a conocer con toda sinceridad y transparencia escribiendo una buena presentación de sí mismo al padre maestro. En un intercambio sencillo y cordial con él, el candidato podrá aclarar aún más su llamada. Luego, si las condiciones son favorables, será invitado a hacer uno o más retiros en el monasterio. Podrá entonces vivir durante una o varias semanas en condiciones bastante similares a las de los monjes, y participará en la mayoría de las actividades de la vida monástica: oficios, soledad de la celda, recreaciones, etc. Entonces podrá hacerse una idea más exacta de la vida que desea abrazar, y de sus posibilidades personales. Por su parte, los responsables podrán llegar a conocerlo mejor para formarse un juicio fundado sobre la vocación que se presenta.

3. Las etapas de la formación

Si, después de un nuevo tiempo de reflexión, el candidato solicita entrar en el monasterio para convertirse en monje cartujo, y si es aceptado, comenzará entonces el recorrido de la formación a la vida religiosa. Las etapas de esta formación, a la vez monástica y espiritual, son similares para los padres y para los hermanos, pero no idénticas. Durante su estancia en el noviciado, postulantes, novicios y jóvenes profesos están bajo la guía del padre maestro. Éste los visitará regularmente en la celda y les dará una conferencia semanal.

Los Padres

a. Postulantado : Primero hay un tiempo inicial de adaptación. Luego el candidato entra al postulantado: recibe una capa negra que lleva sobre sus ropas ordinarias y toma parte en todos los oficios conventuales. Recibe su lugar en el coro de los monjes en la iglesia y en el refectorio. El postulantado dura entre tres y doce meses.

b. Noviciado : Si el postulante es recibido por la comunidad, éste toma el hábito de novicio, con una capa negra, en un rito significativo por el que se le instala en la celda. Recibe la responsabilidad de algunos pequeños servicios. El novicio de claustro comienza sus estudios eclesiásticos a partir del segundo año de noviciado, los cuales continuarán durante varios años.

c. Primera profesión temporal : Si el noviciado ha pasado satisfactoriamente, luego del voto de la comunidad, el novicio emite su primera profesión religiosa, verdadera consagración a Dios, por tres años. Se compromete en la Orden con los votos de estabilidad, obediencia y conversión de costumbres (que incluye pobreza y castidad). El joven profeso deja su capa negra, y viste una cogulla larga con bandas laterales de la misma tela, que son el signo distintivo de los profesos. Permanece aún en el noviciado bajo la guía del padre maestro para proseguir su formación religiosa. El joven profeso puede recibir los ministerios de Lector y Acólito.

d. Segunda profesión temporal : Una vez completado el período de su primera profesión, el joven profeso la renovará por dos años. A partir de ese momento sale del noviciado, deja de estar bajo la dirección del padre maestro y pasa a vivir con los profesos de votos solemnes. Comienza entonces una vida más solitaria, la que llevará el resto de su existencia.

e. Profesión solemne : Si el joven profeso persevera en su propósito, tras el voto de la comunidad y la aceptación del Ministro General de la Orden, hace su profesión solemne o perpetua, que lo une para siempre a Dios con un vínculo indisoluble. Habrán transcurrido poco más de siete años antes de tomar esta decisión capital que lo compromete para toda la vida.

f. Ordenación diaconal y luego sacerdotal : Más tarde, habiendo finalizado sus estudios, y una vez alcanzada una madurez humana y espiritual suficiente, el monje recibe primero la ordenación diaconal y luego la ordenación sacerdotal, ejerciendo en adelante las funciones litúrgicas asociadas, pero sin apostolado externo.

Los Hermanos Conversos

a. Postulantado : Primero hay un tiempo inicial de adaptación. Luego el candidato entra al postulantado: recibe una capa negra que lleva sobre sus ropas habituales y toma parte en los oficios conventuales correspondientes a los hermanos. Recibe su lugar en la iglesia y en el refectorio. Los candidatos que entran para hermanos comienzan desde el principio su vida de trabajo y de oración. El postulantado de los Hermanos dura entre tres y doce meses.

b. Noviciado :  Al final del postulantado, el joven hermano es presentado a la comunidad para la entrada al noviciado. En esta instancia se procede a una votación para decidir la admisión, como en cada una de las etapas posteriores. Recibe el hábito cartujano: túnica, cogulla corta sin bandas, con una capa negra para los oficios litúrgicos. El noviciado dura dos años. Antes del segundo año, el joven hermano elegirá entre la vida de converso y la de donado. El hermano novicio comienza sus estudios doctrinales, adaptados a sus posibilidades, a partir del segundo año del noviciado.

c. Primera profesión temporal : Luego del noviciado, si es aceptado por el voto de la comunidad, el hermano se consagra a Dios mediante la profesión de los votos de obediencia, conversión de costumbres (que incluye pobreza y castidad) y perseverancia en el monasterio, por un período de tres años. Deja la capa y recibe una cogulla con bandas laterales, que son el signo de la profesión.

d. Segunda profesión temporal : Al término de esos tres años, renueva sus votos por dos años más. Permanece en la formación del noviciado hasta la finalización de ese período.

e. Profesión solemne : Poco más de siete años después de su entrada, el hermano hace sus votos definitivos, que lo unen para siempre a Dios en la Orden Cartujana.

Les Hermanos Donados

El novicio hermano puede optar por ser donado. Este estado de vida permite adaptaciones de la observancia según las necesidades personales. El donado no hace votos religiosos, sino solamente una promesa de servir a Dios con todo su corazón en la Orden cartujana según el contenido de los Estatutos, sellada por un contrato recíproco. Después del noviciado, si es aceptado por la comunidad, el hermano hace su donación por tres años, deja la capa negra y recibe una cogulla larga sin bandas. Al término de ese período, renueva su donación por otros dos años. Luego, finalizadas la probación y la formación, puede elegir entre la donación perpetua, que lo compromete para siempre con la Orden, y la donación bajo régimen trienal, es decir, que en el futuro renovará su donación cada tres años.

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