La Orden de los Cartujos
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En junio de 1084 cuando Maestro Bruno fue conducido con seis compañeros por Hugo, Obispo de Grenoble, al desierto de Chartreuse con el fin de establecer allí un eremitorio: un lugar retirado donde su alma podía elevarse libremente a Dios, buscado, deseado y gustado sobre todas las cosas.
Las vicisitudes de la Historia no han perdonado este lugar de elección. A pesar de algunas interrupciones, los solitarios CARTUJOS viven todavía en el mismo desierto donde continúan su vida de oración y de trabajo.
Pequeño grupo, en cuyo interior cada uno vive la mayor parte en solitario, estos monjes están unidos bajo un Prior y se reúnen tres veces al día para la Eucaristía y el canto de la Liturgia de las Horas.
Continúan incansablemente, ya sea en los talleres de trabajo o en los campos, su búsqueda de Dios que les ha conducido y reunido en este lugar.
Buscando un libre espacio interior, han escogido esta soledad. En ella se imponen voluntariamente privaciones importantes, con el único fin de mantenerse más abiertos a lo Absoluto de Dios y a la caridad de Cristo.
Así estabilizados en este desierto, con radical separación del mundo, llevan, bajo gran dependencia, una vida pobre y sencilla, en el celibato, como Cristo su Maestro, a fin de permanecer más disponibles a los dones de la salvación y de la comunión fraterna.
En la oración y la meditación, escuchan constantemente la llamada a ser más, a obrar mejor. La Palabra de Dios llena su silencio. Por el desprendimiento y el trabajo son solidarios de todos aquellos que sufren dondequiera que se encuentren.
Con un profundo sentimiento en el corazón de atracción hacia horizontes más profundos, en los que sólo se percibe la imagen de Dios en Cristo, crucificado pero vivo, esperanza de su gloria.
De esta forma, ocultos al mundo, en el corazón de la humanidad, son la memoria indeleble de su origen divino, el continuo recuerdo de un destino espiritual para todos los hombres, la salvaguarda de una libertad personal cada vez más amenazada y asfixiada, el deseo ardiente de lo Eterno, la garantía de un progreso interior ilimitado, pero circunscrito a un espacio reducido: sujetos a la soledad del eremitorio y de la celda, para mejor dilatarse en el corazón de Dios.
« Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes » 1Pe 5,5
El desierto es un fuego purificador.
Todas las mezquindades que hemos dejado introducirse aparecen con claridad, todo el mal que hay en nosotros queda patente. Descubrimos nuestra propia miseria, nuestra profunda debilidad, nuestra absoluta impotencia.
Aquí, no es posible disimular los artificios que empleamos para ocultar estos aspectos de nosotros mismos que nos desagradan y que, sobre todo, están tan alejados del deseo de Aquél que lo ve todo y lo penetra todo. Resulta evidente que nos justificamos con demasiada facilidad considerando nuestros defectos como rasgos de carácter.
Aquí nos volvemos vulnerables; no hay escapatoria. No hay distracción que amortigüe, ni excusa que dispense. Es imposible evitar el cara a cara con la realidad que somos nosotros, retirar los ojos de esta miseria sin remedio que nos deja totalmente desnudos.
Aquí se cuartean las falsas construcciones, todos esos muros que hemos levantado para protegernos porque ¡Quién podrá decir con cuánta frecuencia buscamos engañarnos, tanto o más que a los demás! Pero la pretensión de conocer las realidades divinas desaparece ante Aquél que permanece totalmente Otro.
Es un camino abrupto, en la obscuridad, a tientas, guiado únicamente por la fe, pero es un camino de verdad. Todas nuestras seguridades personales quedarán enganchadas en las zarzas del sendero y nos dejarán con esta única certeza: Que por nosotros mismos no podemos nada.
Es ahí donde Dios nos espera, porque no se puede llenar más que un recipiente vacío y si Él nos quiere llenar de Sí mismo debe primero despojarnos de todo lo que nos estorba. Par realizar un trabajo infinitamente delicado, el Artista divino tiene necesidad de un material sin resistencia. Entonces su mano sabrá suscitar de nuestra miseria verdaderas maravillas que permanecerán ocultas a nuestros ojos. Toda nuestra alegría consistirá en dejarnos transformar por Aquél que lleva por nombre: Amor.
Esposo
Vuélvete, paloma,
que el ciervo vulnerado
por el otero asoma
al aire de tu vuelo, y fresco toma.
Esposa
Esposo
Esposa
San Juan de la Cruz, Le Cantique spirituel.